Título: Flores de almendro
Pareja: Meanie (Mingyu + Wonwoo)
Tipo: Yaoi
Género: AU, Drama, Romance
Clasificación: M
Sinopsis:
Por eso se asocia al amor juvenil, al amor puro, al primer amor.
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Además, ese verano vio por primera vez el almendro que su abuelo plantó, en el pequeño jardín que había en la parte de atrás de la casa, el día que nació su madre. También aprendió a montar en bicicleta y, muy a su pesar, a cocinar algunos platos con su abuela.
Pero, como todo lo que empezaba a gustarle, aquella estancia terminó el último día de agosto. Aun recordaba el almendro con el fruto colgando de sus ramas y el olor del pastel que hizo su abuela, a modo de despedida aquella tarde. Por lo que cuando su madre le preguntó, de camino a casa, si se lo había pasado bien, este asintió a regañadientes.
Aunque, al menos, la idea de volver el próximo año ya no le resultaba tan insoportable. No le importaría con tal de comer el pastel de chocolate, y almendras, de la abuela y leer historias bajo el almendro con su abuelo.
Así, este continuó regresando durante los siguientes años. Cada verano los abuelos recibían al pequeño Mingyu en su hogar para cuidarlo con cariño y esmero. Más, con el transcurso del tiempo, el pueblo y los alrededores le empezaron a resultar aburridos y monótonos. Además, pronto el abuelo empezó a darle pequeñas tareas en el campo y esto al menor no acabó gustándole.
En verdad le encantaba estar con sus abuelos ya que estos solo le visitaban en navidad y conseguía echarlos de menos el resto del año. Era por ellos que su tiempo lejos de la ciudad no resultaba tan amargo. Pero no creía posible que siguiera regresando año tras año y, menos aún, encontrar otro motivo por el cual querer hacerlo una vez que fuera mayor y pudiera decidir donde quería pasar las vacaciones.
Eso era lo que pensaba cuando su madre finalmente aparcó el coche frente a aquella antigua construcción. El pequeño bajó con resignación del vehículo y echó un vistazo alrededor. El viejo caserón seguía igual ante sus ojos. El mismo aroma a flores y tierra seguía impregnado en el ambiente, con un ligero toque a chocolate. La abuela probablemente hubiera hecho un pastel para recibirlo.
Así que, sin pensarlo dos veces, entró velozmente en la propiedad, llegando en escasos segundos a la cocina.
– Mi pequeño Mingyu…- tal y como había predicho, sus abuelos lo esperaban con una sonrisa plasmada en el rostro y con una tarta de encima de la mesa.
– ¡Abuela, abuelo! – gritó con entusiasmo corriendo hacia ellos.
Y en menos de lo que se tarda en pestañear, este ya estaba entre los brazos de sus abuelos. Realmente guardaba cierto apego a aquella casa de campo, y el tiempo que vivió en ella los anteriores años. Aunque ahora lo veía todo desde una perspectiva diferente a cuando tenía seis años, Mingyu iba a cumplir nueve dentro de poco y le asombraba comprobar lo que había crecido durante ese tiempo.
Ya podía subirse a la silla del abuelo sin ayuda e, incluso, mirar por la ventana de la sala de estar. A través de esta se podía ver el almendro al otro lado del cristal y, a sus pies, un chico de abundante pelo negro. Mingyu observó atentamente al muchacho durante unos segundos, se frotó los ojos y volvió a mirar. No lo estaba imaginando, había un niño sentado bajo el árbol de su madre.
De repente aquello le enfureció, no supo exactamente porqué, pero sentía que aquel extraño no debía estar allí. Así que salió corriendo de la casa hasta llegar junto al almendro, ignorando cuando su madre le llamó para empezar a sacas las cosas del coche, plantándose con decisión frente al intruso.
– ¿Y tú quién eres? – dijo mostrando con su mirada lo poco que le agradaba aquella presencia.
– Me llamo Wonwoo, vivo en la finca* de al lado – respondió el otro con una sonrisa inocente.
Mingyu miró a la puerta de jardín trasero, está siempre estaba abierta, por lo tanto ya sabía cómo había llegado aquel niño hasta allí. Entre cada vivienda había un trozo de campo de, aproximadamente, doscientos o trescientos metros, y era cierto que junto a la casa de sus abuelos había otras muchas. Aunque no recordaba que ningún chico de su edad viviera en alguna, casi todos en aquel pueblo eran de la edad de sus padres o ancianos.
– Me mudé a principios de este año – añadió el chico de ojos extremadamente finos.
Bueno, eso lo explicaba.
– Esto es de mis abuelos, no puedes entrar aquí – declaró de repente el más alto poniendo los brazos en jarras, dispuesto a defender su territorio.
– Lo siento, no lo sabía…- dijo Wonwoo levantándose rápidamente, mostrándose totalmente arrepentido -… Ellos normalmente me dejan estar aquí.
Mingyu observó entonces con curiosidad al muchacho. No parecía agresivo, es más, no era más alto que él, ni más fuerte. Llevaba un cuaderno y lápices de colores con él, por lo que también pensó que parecía un poco afeminado.
Pero, también pudo ver que realmente sentía haber entrado en la propiedad de sus abuelos y haberse sentado sin permiso bajo el árbol de su madre. Por eso, y porque aquel muchacho le resultó interesante, decidió darle una oportunidad.
– Pero como yo soy su nieto, mientras yo quiera puedes seguir aquí – debía dejar claro que estaban en su territorio y que aún podía echar al chico si este le disgustaba.
– ¿Entonces, puedo quedarme? – preguntó con palpable sorpresa e ingenuidad.
– Claro, – respondió el menor acercándose a él – si me enseñas que estás dibujando.
Sobre una hoja de libreta vio una pequeña rama marrón con flores blancas sobre estas. Pero, cuanto más estudiaba la pintura más le sonaba. Aquello no era una rama, era el almendro de su madre. Lo sabía por qué la imagen era muy parecida aunque, él nunca había visto ninguna flor, tan solo las almendras que colgaban de este.
– Ya veo que ya has conocido al pequeño de los Lee – dijo su abuelo, quien había aparecido de repente detrás de los jóvenes -. Eso es bueno, creo que os podrías divertir juntos este verano.
Aquello no sonaba nada mal. Es más, si se paraba a pensarlo, Wonwoo era el único muchacho de su edad en varios kilómetros a la redonda. Podrían divertirse con cosas de niños de su edad, algo que había echado muy en falta los anteriores veranos.
Así que, tal y como predijo el abuelo Kim, al cabo de unos días, Mingyu y Wonwoo acabaron siendo buenos amigos. El mayor había invitado varias veces a Mingyu a merendar en su casa y jugar con él. Y aquella tarde no era la excepción.
– ¡Abuela, me voy con Wonwoo a su piscina! – dijo el menor cogiendo su mochila con ropa limpia en el interior.
– Vale, pero no llegues tarde, esta noche vienen tus padres para celebrar tu cumpleaños. – le advirtió mientras le despedía desde la entrada.
Mingyu no perdió el tiempo, y tras coger todo lo que necesitaba echó a correr hasta la casa de Wonwoo. Minutos más tarde, ambos estaban empapados y chapoteando en la piscina que el mayor tenía en la parte posterior de su hogar.
– Te apuesto lo que quieras a que puedo aguantar más tiempo bajo el agua que tú – dijo atrevido el mayor.
– Vale, pero no llores cuando te gane – respondió Mingyu con igual confianza.
– ¿Qué quieres como premio?
– Tu bolígrafo de siete los colores – dijo con total convicción.
Aquello no le sorprendió a Wonwoo, el menor había quedado prendado de aquel artilugio dos tardes atrás. Estaban en su cuarto, viendo una película de dibujos, cuando Mingyu reparó en aquel objeto sobre el escritorio del más bajo. Aquello fue el desencadenante de que aún, hoy, tuviera restos de bolígrafo de todos los colores por su piel.
– ¿Y tú? – preguntó volviendo la mirada al mayor.
Este lo pensó durante unos segundos antes de responder. Parecía tomárselo realmente en serio, como si Mingyu pudiera traerle la Luna si se lo pidiera.
– Poder estar bajo el almendro cuando yo quiera – finalmente respondió con una sonrisa en los labios.
– Hecho – accedió el menor sin pensar.
Ya que era un gran deportista Mingyu creía ciegamente que iba a ganar. Pero, para su sorpresa, el mayor aguantó mucho más que él, dejándolo completamente asombrado. Además, tuvo que cumplir su palabra, aunque el que Wonwoo estuviera bajo aquel árbol ya no le importaba realmente, ahora eran amigos.
Las tardes de verano en la ciudad solían ser eternas, pero en el campo siempre había algo que hacer. Cuando no ayudaba a sus abuelos en casa, iba corriendo con Wonwoo a jugar. El mayor tenía una gran cantidad de juguetes que no le importaba compartir con su nuevo amigo.
Sino, ambos solían pasear en bicicleta hasta el pueblo y comprar unos helados que Wonwoo siempre insistía en pagar. Fue entonces cuando se percató de lo amable y terriblemente generoso que era, algo que acabó hechizando al menor. Aquellos meses lo pasaron en grande, tanto que el verano se acabó sin que se dieran cuenta.
Pronto se encontraron frente a la casa de los abuelos de Mingyu, despidiéndose el uno del otro.
– ¿Volverás el año que viene? – preguntó temeroso Wonwoo.
– Claro, todos los años vengo.
Ahora más que nunca tenía claro que iba a volver. Había hecho un gran amigo y no podía esperar a que las vacaciones de verano llegaran de nuevo.
– Te echaré de menos… – se atrevió a decir el más bajo.
– Eso solo lo dicen las niñas, ¿acaso eres una? – se burló revolviendo el pelo a su entristecido amigo.
– Mingyu…- dijo el mayor sacando algo del bolsillo de su pantalón -…Ten mi bolígrafo, te lo regalo.
Aquello era lo que le había elegido como premio cuando apostaron quien aguantaría más tiempo sin respirar y bajo el agua. El mayor se acordaba de lo que él había pedido, a pesar del tiempo que había pasado, y ahora se lo estaba dando sin más.
– ¿En serio? – preguntó admirando el bolígrafo entre sus manos – ¡Wau, gracias Wonwoo! – añadió tirándose sobre él y abrazándolo con fuerza.
En el momento en que se metió en el coche de sus padres, por primera vez, quiso realmente quedarse y no volver a la ciudad. Pero cuando el vehículo se puso en marcha se repitió que aquello era lo que debía hacer, y que volvería a ver a su amigo en unos meses.
Por otro lado, no dejó de despedirse con la mano de Wonwoo hasta que lo perdió de vista. Y, aun así, siguió sin despegar la mirada del camino de vuelta con un severo dolor en el pecho. Fue entonces cuando rodó aquel bolígrafo entre sus manos y reprimió las lágrimas que amenazaban con brotar de sus ojos. Nunca lo admitiría frente al mayor pero, ya empezaba a echarle de menos.
Y, así, fue creciendo aquella pequeña amistad. Mingyu siempre cumplía con su promesa, regresando cada verano a casa de sus abuelos y pasando sus vacaciones junto a Wonwoo. Cinco años habían pasado, pero ambos siempre seguían esperando con ansias la llegada del verano para volver reunirse.
El mayor había cambiado en los últimos años, ahora tenía el pelo más largo, abundantes pestañas negras que decoraban sus brillantes ojos y la piel extremadamente clara. También había crecido, aunque no tanto como Mingyu, y seguía siendo bastante delgado.
Por otro lado, Mingyu ya sobrepasaba a sus padres, y resto de compañeros de clase, en altura. Además, debido al tiempo que pasaba jugando al fútbol y al baloncesto con sus amigos, tenía una complexión fuerte y atlética. Eso, junto a su creciente atractivo le había creado cierta fama en su actual colegio, convirtiéndolo en uno de los chicos más populares.
Por ello sorprendió a sus abuelos cuando estos fueron a recibirlo. No se esperaban a su pequeño nieto convertido en un adonis de casi metro ochenta. Estos no dejaban de sorprenderse por más que lo vieran una y otra vez. Eso a Mingyu le resultaba gracioso, pues ya esperaba ver la reacción que tendría, entonces, su amigo.
– ¿Abuela dónde está Wonwoo? – preguntó mientras arrastraba su maleta al interior de la casa.
Normalmente el mayor siempre esperaba en la entrada de la casa junto a sus abuelos, y se le hizo raro no verle nada más llegar.
– Wonwoo ha ido con sus padres al médico – respondió su abuelo -. Ordena tus cosas y cuando vuelvan te aviso.
– ¿Qué? ¿Le ha pasado algo grave? – por un momento se imaginó a Wonwoo terriblemente enfermo y eso le preocupó.
– No, hoy iban a quitarle la escayola del brazo – aquello era cada vez más confuso -. Se cayó con la bicicleta hace unos meses y le enyesaron el brazo – aclaró al ver la mirada inquieta de su nieto -. No te preocupes ya está bien, ahora ve y deshaz la maleta.
No tuvo más opción que obedecer. Pero cada cierto tiempo miraba la hora en el reloj, preguntándose cuando llegaría su amigo. En algún momento acabó dormido sobre su cama y unos gritos desde la planta baja le despertaron. Así que se levantó de golpe y frotó sus ojos con fuerza para deshacerse del sueño.
– ¿¡Qué pasa!? – preguntó asomándose a la escalera.
– Ya han vuelto los Lee, ¿no querías ver a Wonwoo?
Mingyu revisó el reloj de la pared y comprobó que ya eran las seis de la tarde, había estado durmiendo más de dos horas.
– ¡Sí! – dijo bajando con rapidez y pasando al lado de su abuelo – ¡Gracias por despertarme!
Nada más salir de casa corrió con todas sus fuerzas hasta la casa del mayor. El coche de sus padres estaba aparcado en la entrada y la puerta principal estaba abierta, al parecer acababan de llegar. Nada más cruzar el jardín delantero se encontró con el padre de su amigo quien caminaba hacia el coche.
– Oh, Mingyu ¿ya has llegado? – dijo con asombro en su rostro – Vaya, cuanto has crecido…
– Hola señor Lee, ¿está libre Wonwoo? – cuestionó con vergüenza y ansias incontenibles por ver al mayor.
– Sí, bueno, está arriba en su habitación – respondió el hombre pasándose la mano por la cabeza – Si quieres puedes subir.
– Gracias – de repente se sentía como un niño de nuevo, pidiendo permiso para ver a su amigo, pero aquello no le frenó.
Intentando alejar aquel pensamiento se despidió del padre de Wonwoo y avanzó hacía la casa con rapidez. No tardó en cruzar el umbral del hogar y subir las escaleras hasta llegar a la habitación del más bajo. La puerta estaba entreabierta, así que pudo ver a Wonwoo intentando ponerse una camisa, poniendo mucho esfuerzo en ello.
Seguramente aún le era difícil mover el brazo, pero justamente por eso era aún más divertido ver como fracasaba estrepitosamente. Sin poder contener más tiempo la risa llamó a la puerta y el chico de pelo oscuro se volvió rápidamente hacia él.
– ¡Mingyu! – dijo sorprendido de encontrarlo allí.
Pero el más alto no respondió al instante a su amigo. Sus ojos ahora vagaban por el torso desnudo del mayor y, de pronto, su corazón se aceleró.
– Hyung… – musitó enrojeciendo de vergüenza, algo extraño ya que se consideraba bastante extrovertido -… D-deja que te ayude.
– Ah, gracias. Mi brazo aún no funciona correctamente – comentó mientras el menor se acercaba a él -. Vaya, ahora eres más alto.
Por segunda vez intentó no reírse de la imagen tierna y dulce que emanaba de Wonwoo. Claramente ambos habían crecido, pero el mayor aún mantenía una apariencia, y personalidad, delicada e infantil. Al estar más cerca corroboró las palabras de su amigo, ahora la diferencia de estatura entre ambos era más notable a pesar de que ambos seguían en pleno desarrollo.
Con cuidado le ayudó a colocarse aquella camisa y luego le abrazó a modo de saludo.
– Siento no haber estado aquí cuando has llegado – dijo Wonwoo con sincero pesar.
– No importa – respondió el otro, rompiendo aquel abrazo tras permanecer en esa misma posición unos segundos más – Mi abuelo me ha dicho que te rompiste el brazo ¿Qué fue lo que pasó?
Durante un instante pareció ver al mayor dudar, como si no quisiera contarle como pudo caer mientras montaba en bicicleta. Pero no le dio importancia a este hecho, quizá solo le avergonzaba la manera en la que había acabado lesionado.
– Bueno, no miré por donde iba…- respondió mirando hacia otro lado.
– ¿Y ahora te sigue doliendo? – preguntó el más alto intentando dejar atrás el tema.
– No, solo cuando lo estiro o muevo demasiado – respondió con una tímida sonrisa – Pronto tendré que ir al fisioterapeuta…
Por algún motivo, el estar con su amigo ahora era diferente. Se sentía ansioso y no sabía que hacer o decir, tan solo seguir admirando lo bien que había madurado Wonwoo. Se veía realmente tierno, sus rasgos parecían más delicados y bonitos que antes.
– ¿Quieres merendar? Hemos traído dulces – sugirió el mayor quien veía distraído a su amigo.
– Sí, claro.
Más no podía alejar aquellos extraños pensamientos que asaltaban su mente a cada rato. Se sentía raro, pero no por ello mal. Durante la hora de la merienda ambos contaron como les había ido durante el curso y se divirtieron jugando con la consola de Wonwoo. Pero, a cada rato el menor se paraba a contemplar a su amigo en silencio.
Aquella noche los dos jóvenes celebraron el regreso de Mingyu y la recuperación de Wonwoo con una maratón de películas de acción, palomitas y pizza. Pero, además, ambos decidieron dormir juntos, compartiendo la cama del más bajo. Era algo a lo que estaban acostumbrados desde pequeños sin embargo, por alguna razón, Mingyu no podía conciliar el sueño. Achacó este fenómeno a la emoción de reunirse con su viejo amigo y a las noches calurosas en el pueblo.
Por ello pasó cerca de media hora observando a Wonwoo suspirar y moverse en sueños. Descubrió que le gustaba como sus pestañas se movían casi imperceptiblemente y como su mejilla quedaba aplastada contra la almohada haciéndole parecer aún más tierno.
Con cuidado rozó con la yema de sus dedos el rostro del mayor sintiendo como su estómago parecía contener un agujero negro. Al mismo tiempo notó una sensación semejante a la adrenalina que invadía poco a poco su cuerpo. Se sorprendió al notar todo aquello, así que retiró su mano de la mejilla del más bajo y volvió a meterla bajo las sabanas.
No comprendía del todo aquellas nuevas sensaciones y, de alguna manera, temía descifrar lo que le estaba pasando. Por eso decidió que tampoco pensaría más en ello. Por el momento era feliz con tan solo observar a Wonwoo dormir y murmurar en sueños.
Finca*: Consistente en una extensión de terreno no urbanizable con casas y que generalmente comprende montes, campos u otros accidentes geográficos.
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