lunes, 6 de junio de 2016

(MyungYeol) Love letter -Oneshot-


Título: Love Letter

Pareja: MyungYeol (Myungsoo(L) + Sungyeol) y otros.

Tipo: Yaoi

Género: AU, Drama, Fluff

Clasificación: PG

Sinopsis:

“Cansado de falsas muestras de amor, Sungyeol detesta asistir a clase el día de San Valentín. Nunca ha recibido algo hecho expresamente para él y por eso intenta evitar a las chicas que se acercan hipócritamente.

Sin embargo, su percepción de este día cambia al recibir un regalo inesperado. Algo que le hará ver, y sentir, el amor de una forma, hasta entonces, desconocida y emocionante”

Nota: Por el día de San Valentín un Oneshot especial. A mí y a mi hermana nos encanta esta pareja, así que lo he hecho con mucho cariño ¡Espero que os guste!

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Es una locura amar, a menos de que se ame con locura…



No sabía por qué estaba tan nervioso. En realidad no paraba de repetirse que no corría ningún riesgo, pero en su interior temía que el mayor pudiera descubrir quién era él. Estuvo cerca de cuatro horas escribiendo, tachando y tirándose del cabello. Aquello era más complicado de lo que, en un principio, había pensado. Y es que, plasmar sus sentimientos y emociones en una carta, era lo más difícil que recordaba haber hecho nunca.

Frente a él tenía una foto a modo de inspiración y, sonando de fondo, una música tranquila y suave. Todo aquello que pudiera servirle para terminar el manuscrito era bienvenido, incluso una vela aromática de color verde claro que descansaba sobre su escritorio.

– Myunsoo, ¿has terminado los deberes? – reconoció la voz de su madre tras él y se apresuró a tapar aquel trozo de papel con uno de sus libros.

– Sí, ahora estoy con un trabajo voluntario – contestó volviéndose frente a ella.

– Bien, en ese caso baja a cenar – dijo está saliendo de la habitación con notable extrañeza.

Su hijo era un chico bastante callado aunque sensible, eso lo sabía. Pero la música y aquella vela aromática terminaron por desconcertarla un poco. Un niño normal no monta tal ambiente por un simple trabajo para la escuela.

A la mañana siguiente un chico de cabello largo y castaño descansaba apoyado junto a la entrada de la escuela. Tenía los ojos cerrados y los brazos cruzados sobre el pecho mientras que, su rostro, mantenía una expresión de severo cansancio. Y es que sabía que aquel iba a ser un largo día.

– ¡Ey, Yeol! – dijo uno de sus amigos más cercanos al llegar corriendo a su lado – Acabo de recibir tu mensaje, ¿Qué querías?

– Acompáñame a clase, el timbre está a punto de sonar – explicó el más alto.

– ¿No puedes ir tú solo? – inquirió el mayor en tono de burla – ¿Qué pasa, te da miedo la profesora?

– No seas idiota – le respondió Sungyeol con molestia – ¿Has olvidado que día es hoy?

– Claro que no – repuso el otro -. Espera, es 14 de febrero.

– Bingo…

Como cada San Valentín desde hace poco más de cinco años Sungyeol solía recibir una inmensidad de cartas, chocolate, dulces y proposiciones. Durante un tiempo estuvo bien, era divertido y solía subirle el ánimo. Pero los últimos dos años había tenido que salir huyendo gracias a los grupos de chicas que le esperaban y perseguían entre clase y clase. Al menos, con un amigo al lado, las más tímidas solían echarse atrás por vergüenza.

Como era de esperar, aquella mañana tuvo que esquivar a un grupo de siete que esperaba frente a la puerta de su aula. Pero lo peor de todo no eran los gritos o empujones, aunque esto tampoco le hiciera mucha gracia. En el fondo se sentía decepcionado. A lo largo de los años se había percatado de cómo, aquellos regalos no llegaban a significar nada.

El año anterior había visto a muchas de las chicas que le decían “amar” repartir más cartas y regalos a otros chicos. Pero también descubrió que todos los dulces que recibía eran comprados, y las cartas solo contenían mensajes prefabricados por desconocidos en estúpidas páginas web. Ni un año recibió algo elaborado únicamente para él.

No le gustaba sentirse “uno más” en un día en el que debería considerarse diferente y especial. Hoy había recibido tres tarjetas con el mismo contenido, ni una coma o punto habían sido cambiados. Es por eso que, cuando llegó la hora del almuerzo no tenía ganas de aparentar más agradecimiento por aquellos regalos y declaraciones vacías.

– Hoya-hyung, necesito ir al baño – dijo levantándose con pesadez de su sitio –. No me esperes.

En realidad no era quien para sentirse herido. En un principio él también aceptaba todo aquello creando falsas esperanzas a todas las chicas que se le acercaban. Se lo merecía, debía de haber salido con alguna de ellas años atrás.

Al salir del salón de clase no se encontró a ninguna chica esperándolo, lo que le hizo sentirse aliviado. Más, al otro lado del pasillo se encontraba la razón de que, de repente, tuviera una oportunidad de pasar inadvertido. Su nombre era Myungsoo, por lo que había oído, y era un año menor que él.

Sungyeol sabía reconocer cuando un chico era atractivo y Myungsoo rebasaba toda expectativa, era guapo e inteligente, educado y misterioso a partes iguales. Era por él que ninguna chica esperaba a la salida de su aula, todas gritaban y revoloteaban a su alrededor como un enjambre de abejas. Incluso pudo reconocer a varias de ellas como unas de sus muchas admiradoras.

Por otro lado, el menor parecía no interesarle el alboroto que había dado lugar su presencia. Ni siquiera miró a las muchachas o pareció interesarse en recibir cartas o dulces. Y, aun sabiendo que no debía disfrutar por ello, Sungyeol se alegraba de que aquellas idiotas recibieran su desinterés.

Se dirigió hacia el baño de chicos y, comprobando que nadie le hubiera seguido, cambió su rumbo hacia la escalera de incendios. Debido a que estaba prohibido su uso sabía que nadie lo buscaría allí y, por eso, era el lugar en el que se refugiaba cuando quería estar solo.

Sacó su móvil y unos auriculares mientras se sentaba apoyado contra la puerta. Mientras una de sus canciones favoritas llenaba sus oídos imaginó cual sería la reacción de las chicas que estarían esperando su aparición en la cafetería. Quizá se sintieran apenadas o, puede que no les importara mucho en realidad. Aunque no pudo evitar pensar que estaría bien que a alguien le importara de verdad su ausencia.

Pasados los treinta minutos establecidos para el almuerzo oyó sonar el timbre que marcaba el fin de este. Se levantó y limpió el uniforme mientras guardaba el móvil de nuevo en su bolsillo. No le apetecía volver a clase, pero se dijo que ya había pasado la peor mitad del día. Así, con ánimos auto-infundados, caminó con calma hasta su aula.

Hoya le esperaba dentro. Este, al tenerle sentado junto a él, pudo preguntarle cortamente por qué no había ido a la cafetería. Mas, Sungyeol se excusó en haber perdido la noción del tiempo. Gracias a la llegada del profesor de Lengua y Literatura pudo evitar contestar a más preguntas y fingir un interés repentino en la asignatura.

El resto de su día no varió mucho, volvió a recibir alguna que otra muestra de amor que, con falso agradecimiento, aceptaba. Cuando el timbre marcó el fin de la última clase todos se apresuraron en recoger sus cosas para salir cuanto antes. Sungyeol no se molestó en seguir el ritmo de sus compañeros, en realidad no tenía prisa por volver a casa.

Buscó bajo su mesa para asegurarse que no olvidaba nada y, tanteando, notó una superficie lisa que crujía bajo su tacto. Agarró aquello y lo expuso frente a sus ojos con curiosidad, descubriendo un sobre de color marrón tierra con su nombre escrito en dorado.

– ¿Qué es eso? – se interesó su amigo al notar aquel extraño sobre.

– No lo sé, – dijo mientras lo observaba con desconfianza – pero parece que es para mí.

Sungyeol decidió acabar con la intriga y abrió el sobre, curioso por conocer su contenido. Dentro, una hoja de color marfil doblada en tres partes, descansaba atada con un lazo rojo burdeos. Sungyeol sacó el papel y, con cuidado, retiró la cinta. Contuvo el aliento sin motivo mientras desdoblaba el manuscrito hasta encontrarse con una carta escrita a mano. Las letras, escritas con una perfecta y delicada caligrafía, brillaban en color negro.

La carta contenía, en unas seis estrofas, un poema.



¿Amor?

Amor es no ver lo imperfecto y ensalzar todo lo demás.

Amor es querer gritar su nombre y reír a su lado como un niño.

Amor es entregarte a esa persona y nunca mirar atrás.

Amor es querer a alguien más que a uno mismo,

y sentir que sin él no podrías, incluso, respirar.

Amor es medicina y veneno, confianza y temor.

Amor es tenerle siempre en tu mente, alma y corazón.

Es un sentimiento poderoso, cuando no aterrador.

Puesto que, a pesar de no tenerle a tu lado,

hace que cada día te esfuerces en ser mejor.

Amor es lo que me atrevo a ofrecerte en silencio.

Lo que ha derretido mi corazón en tan solo un momento.

Amor es lo que me ha llevado a escribirte esto.

Es lo que me hace ser valiente y me da aliento.

Porque te amo y quiero que sepas como me siento.

L

– Alguien que se ha esforzado de verdad…- dijo su compañero -… ¿Pero quién es L?

– Ni idea – respondió el alto.

Con extrema curiosidad buscó en el reverso de la nota alguna pista más para conocer su autor, pero lo halló completamente en blanco. Si aquella admiradora pretendía avivar más su curiosidad, había logrado su objetivo. Ya que, cuando ambos estudiantes salieron del aula y se despidieron para tomar diferentes caminos Sungyeol seguía pensando en aquella carta. Incluso cuando, tras diez minutos andando, llegó a su casa seguía pensando en esta.

Lo primero que hizo fue asegurarse de que no fuera la letra de una canción o un poema plagiado. Pero, para su sorpresa, parecía ser completamente original. Lo que siempre había querido recibir, algo escrito especialmente para él. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la identidad de la muchacha era todo un misterio, ya que aquel seudónimo no le confería. Apenas, ninguna pista.

Sungyeol no podía creer que le hubiera trastocado tanto no poder conocer a la chica, al punto de leer una y otra vez el manuscrito en busca de un código secreto. Empezaba a creer que era absurdo que alguien escribiera un poema tan bonito sin querer revelar su identidad. Cogió el lazo que había adornado la carta y lo pasó entre sus dedos comprobando el tacto y el olor, pero no apreció nada fuera de lo común.

Por un instante estuvo a punto de enfurecerse con la persona que había escrito aquello, pero recapacitó y decidió olvidar el tema durante un rato. Necesitaba enfriar su mente, así que encendió su ordenador y se pudo a jugar un rato esperando tranquilizarse.

Cuando oyó a su madre volver de trabajar, rápidamente apagó la pantalla y saltó sobre su cama abriendo un libro al azar. Aquello era casi un ritual diario: la madre abría la puerta de la habitación de su hijo, le saludaba y preguntaba cómo había ido el día. Luego, esta, seguía su camino hasta la cocina en busca de algo que picar hasta la hora de la cena.

Fue entonces, cuando ella se alejó, que su mirada recayó sobre aquella cinta roja. Suspirando la tomó en sus manos y con cuidado la ató a una de las cremalleras de su cartera. Se veía bien y si su admiradora secreta llegara a observarlo con cuidado advertiría aquella señal. Puede que entonces se diera a conocer, o no, no lo sabía. Pero al menos lo había intentado.

El resto del día pasó volando y, sin que se diera cuenta, ya era hora de dormir. Pero, antes de apagar las luces de su cuarto, echó un último vistazo a la carta, releyendo algunas partes y sonriendo levemente cuando llegaba al final. Le gustaba, no cabía duda, le había encantado recibir algo tan personal como aquello. Un poema surgido del corazón.

Los días fueron pasando, y su admiradora secreta no daba señales de vida. Ya pensaba que todo había sido un producto de su imaginación. Sin embargo, la carta y la cinta, que aún mantenía atada a su mochila, probaban lo contrario.

– ¿Alguna noticia? – preguntó Hoya mientras se sentaba a su lado en la cafetería.

Había pasado una semana desde el suceso, y ambos seguían sin saber mucho.

– Nada, – dijo el otro cabizbajo – parece como si se hubiese desintegrado.

– Yo creo que debe ser muy fea para no dar la cara, – opinó su amigo – o muy gorda…

– Ya vale – le cortó Sungyeol.

No quería que su compañero insultara a esa persona a sus espaldas, incluso se sentía particularmente molesto por ello. A él no le importaba el físico, bueno, quizá en un primer momento las apariencias pudieran jugar un papel clave. Pero ya se había obsesionado con la muchacha, y un aspecto mediocre no iba a echarle atrás.

Sí, había decidido seguir buscándola, pero esta vez con un propósito claro en mente. Iba a pedirle salir, tenía tanto que preguntarle y, además, quería conocerla. Puede que llegaran a ser grandes amigos y que luego, poco a poco, algo más naciera entre ambos.

– ¡Yeol-ah! – su amigo siempre se encargaba de arruinarle aquellos momentos de epifanía – Deja de pensar en la chica y mueve el culo, ya ha sonado el timbre.

– No mientas, lo que quieres es ir a clase de Dongwoo – le acusó el más alto.

– Te digo que ha sonado el timbre – masculló mientras se colocaba la mochila sobre los hombros -. Pero, ahora que lo dices, no me importaría pasar y saludarle.

Ambos sonrieron mientras corrían hacia la última planta, en donde estaban las aulas de ciencias. Sungyeol aún no sabía cómo el amigo idiota de Hoya, Dongwoo, había llegado a último curso en la especialidad de ciencias tecnológicas. En cualquier caso, los dos eran amigos muy cercanos y, siempre que podía, Hoya pasaba frente a la clase del mayor para saludarle.

Sungyeol llegó a sospechar que aquello no era una simple amistad, Hoya cambiaba completamente cerca del mayor. Era más dulce, atento y alegre, pero aún recordaba cuando le preguntó acerca de ese extraño comportamiento al mismo. Había recibido un golpe tan fuerte en la parte superior de su cabeza, que el dolor le persiguió cerca de dos semanas quitándole las ganas de cuestionar, nuevamente, el lazo que compartían aquellos dos idiotas.

En apenas un minuto ya estaban frente al aula, haciendo señales a Dongwoo para que saliera. Aún no había llegado su profesor, así que el mayor de los tres corrió hasta ellos, estrellándose contra Hoya cuando sus zapatos no frenaron con suficiente eficacia. Pero como era de esperarse, a su amigo no le importó, era todo sonrisas y buen rollo.

Mientras los dos amorcitos no paraban de hablar sobre las clases de baile que compartían Sungyeol ocupó el tiempo mirando el interior de la clase de Dongwoo. No conocía a la mitad de las personas de allí, y las otras solo de vista. Dongwoo era el único que no estudiaba junto a sus compañeros mientras esperaba al profesor, por eso era tan sencillo sacarlo fuera de clase unos minutos.

Mientras curioseaba descubrió a Myungsoo en la última fila, ojeando algunas revistas.

– ¿Myungsoo va a tu clase? – preguntó Sungyeol al mayor, asombrado por el descubrimiento.

– Si, le han saltado dos cursos – dijo restándole importancia –. Pero se pasa todo el tiempo leyendo cómics, y durante las clases solo dibuja en su libreta.

– Tú tampoco prestas mucha atención en clase – le achacó Hoya.

Fue entonces cuando el profesor de Dongwoo apareció al otro lado del pasillo.

– Hora de irse, nos vemos a las cinco Dongwoo – dijo de pronto Hoya, tirando de Sungyeol para llegar rápido a su clase compartida.

Como era de esperarse, llegaron tarde. Y, como marcaba la tradición, la profesora les castigó obligándoles a estar parados frente al resto de la clase, durante cinco minutos. Pero a ninguno de los dos les importó verdaderamente, es más, intentaban con todas sus fuerzas no reírse. Había algo tremendamente divertido en estar frente a toda la clase, algo que su profesora no llegaba a comprender.

Pero, aparte de las palabras de su maestra, ambos debían mantener la compostura ya que una cámara situada al fondo del aula grababa cada movimiento. Sungyeol decidió esforzarse aún más en mantener cara de póquer, no quería que su madre pudiera ver las grabaciones de aquel día en un futuro gracias a desobedecer las ordenes de su profesora.

Odiaba aquella estúpida cámara, ella era la responsable de que ya pudiera enviarse notas con Hoya o mirar a través de la ventana durante las clases. Porque todo acababa grabado, todo y absolutamente… Todo.

Casi no podía creerlo, la solución a su problema había estado frente a él todo el tiempo. Si quería saber quién le había escrito la carta solo tenía que haber revisado las grabaciones de ese día. Al final las cámaras de vigilancia que tanto odiaba habían resuelto la complicada búsqueda de la muchacha. Por fin iba a descubrir quién era su admiradora secreta.

Cuando volvieron a ocupar sus sitios le comentó a Hoya su plan y este aprobó la idea con entusiasmo, agregando que esperaría por buenas noticias junto a la salida del colegio. Era mejor que fuera solo, ambos estuvieron de acuerdo en que eso facilitaría el trabajo. Por lo que, cuando finalmente acabaron las clases, Sungyeol se acercó a conserjería.

Tenía una buena relación con el conserje, Sungkyu, quien siempre le abría la puerta cuando llegaba tarde o le prestaba dinero para la cafetería cuando olvidaba su almuerzo.

– Hola hyung, ¿cómo vas?

– Siempre que vienes tan sonriente a verme acabo haciéndote favores – dijo el hombre quien ya conocía bastante al menor -. Dime que es esta vez.

– Supongo que para ti soy un libro abierto… – dijo sin dejar que su estado de ánimo decayera – ¿Podrías ver si me dejé un trabajo en clase? – sabía que necesitaba una buena excusa para poder ver las grabaciones – Es uno muy importante y lo perdí hace días…

El conserje se echó a reír habiendo acertado con su predicción, mirando con incredulidad al estudiante.

– Deberías avisar a un profesor de eso, no a mí – respondió Sungkyu, quien hacía unas fotocopias y las grapaba con tranquilidad mientras hablaba.

– Solo quiero saber si lo saqué de la mochila en algún momento, la cámara de seguridad de mi clase lo tuvo que grabar – agregó acercándose lentamente al conserje y poniendo ojos de cordero -. Por favor….

Temía que aquello no diera resultado y tuviera que volver a escondidas, por eso intentó parecer realmente triste.

– Está bien – Sungkyu era un buen hombre, por lo que ahora se sentía un poco culpable -. Dame un minuto para buscar las grabaciones de aquel día.

Este se puso frente a un ordenador que había al final de la reducida habitación y buscó en distintas carpetas. Mientras, Sungyeol le decía que día creía haber perdido el manuscrito, esperando con un ansia incontenible.

– Ya está, lo pasaré a cámara rápida así que estate atento – anunció el conserje mientras cedía el asiento al muchacho y se posicionaba tras él.

– Gracias.

Tuvo que contener las ganas de adelantar el vídeo hasta la tercera hora, para mantener su coartada. Sus piernas no paraban de sacudirse y sentía el corazón latir fuertemente contra el pecho. Pronto el vídeo se acercó hasta el momento esperado y Sungyeol se acercó inconscientemente a la pantalla abriendo mucho los ojos.

Solo él y Hoya permanecían en el aula al inicio del descanso, más tarde solo él. Se levantaba, caminaba hasta la puerta y desaparecía de la visión de la cámara. Ahora, era el momento de que la chica aparecería. Esperó pacientemente hasta que, cuatro segundos después, la puerta volvió a abrirse.

Al principio se decepcionó al ver a un chico entrar, eso significaba que la chica aún tardaría en llegar. Mas, casi se cae de la silla al ver a aquel muchacho acercarse a su mesa y dejar un pequeño sobre bajo esta. No, tenía que haber algún error ¿Su admiradora secreta…era un chico?

Mientras el vídeo continuaba pasando frente a sus ojos Sungyeol solo podía pensar en lo que acababa de presenciar. Trató de explicar aquella situación imprevista de forma lógica, aún incapaz de aceptar la verdad. Quizá solo fuera el mensajero, sí, un simple intermediario.

– Hyung, ¿puedo ver ese trozo del vídeo de nuevo? – pidió aún sin creer que aquel fuera el final de semanas de tortura emocional.

– Claro.

Más al reproducir la grabación de nuevo solo consiguió reconocer el perfil del muchacho. Aquel que vio esperar fuera, en el pasillo, ese día. Ese que compartía clase con Dongwoo y que amaba los cómics. El chico callado, inalcanzable y frío que desechaba a toda y cada una de las chicas que se le declaraban…

Por un momento quedó helado con el descubrimiento. Ahora todo parecía tener sentido, incluso el seudónimo que utilizó para firmar su carta de amor. “L” no era más que un conocido personaje de aquellas historietas que el menor solía leer, un personaje de comic, varón. Se maldijo por no haberle dado importancia a aquello antes, L era un hombre, cualquier chica habría elegido un seudónimo femenino. Se permitió obviarlo y ahora estaba pagando por ello.

– ¿Qué, sacaste el trabajo o no? – El vídeo ya había acabado y no se había dado cuenta.

– Acabo de acordarme de que se lo enseñé a un amigo aquella tarde, puede que esté en su casa – inventó rápidamente, poniéndose en pié.

– Deberías haberte acordado antes, acabo de malgastar mi tiempo para nada – le regañó Sungkyu mientras apagaba la pantalla del ordenador, claramente molesto -. La próxima vez vigila mejor tus cosas.

Sungyeol asintió sin pronunciar nada más, saliendo de allí a la carrera. Se sentía totalmente confuso, había desarrollado sentimientos durante semanas hacía un chico y, además, uno menor que él.

– ¿Y bien? ¿Quién es la chica? – había olvidado que Hoya estaría esperando a la salida.

Mierda.

– Nadie – dijo intentando esconder la identidad del verdadero autor.

– Oh, venga ya. La carta no pudo aparecer por arte de magia – razonó claramente divertido por la cara que traía su amigo -. Ah, ya lo entiendo. La muchacha no cumple con tus expectativas, ¿verdad?

Aquello no era cierto, pero tampoco mentira. No imaginaba alguien con un espectacular físico, sino una persona del sexo contrario ¿Era eso crearse falsas expectativas?

– Y tú diciendo que lo importante es el interior… Casi me lo creo y todo

– No es eso, así que déjalo – pidió el más alto echando a andar en dirección a su casa.

-Claro que lo es, la idealizaste tanto que ahora estas más que decepcionado – Sungyeol se arrepentía cada vez más haberle contado todo a Hoya, ahora solo quería estar solo -. Ya te dije que tenía que tener algo malo para no poner su nombre en la carta y dártela a escondidas – no quería enfadarse con él, pero estaba frustrado y este no hacía nada más que empeorar su malestar – ¿Es horrible no? Mira que te lo dije…

-¡Ya basta! – estalló harto de escuchar a su compañero.

De un momento a otro empezó a correr dejando a su amigo atrás. No se sentía con fuerzas para aguantar sus bromas, por lo menos no ahora. Primero tenía que recrearse, aceptar todo lo que acaba de descubrir y hacerse a la idea. Una tarea imposible a su parecer ¿Estaba hablando de aceptar el amor de un chico? No, a él solo le gustaban las mujeres. Aunque Myungsoo era atractivo no era su estilo. Definitivamente amaba las mujeres…

Pero nunca había estado en una relación con una chica, y ahora que lo pensaba jamás se había enamorado de alguna. Sabía apreciar la belleza de las modelos actrices… Pero nunca había sentido algo realmente fuerte por estas, quizá un poco de admiración…

– ¡No! – se dijo ya en su cuarto, con la puerta cerrada y tapándose la boca con una almohada – Yo no soy gay.

Aquella fue una larga tarde, larga y terrible a su parecer. Ni siquiera se inmutó cuando su madre llegó y le preguntó por su día. El permanecía en la misma posición con la mirada perdida en algún punto lejano. Aunque tuvo que volver a la realidad cuando su madre lo llamó para cenar, fue entonces cuando vió que tenía un mensaje de Hoya en su móvil.

De Gilipollas:

“Tío, siento haberme pasado hoy. Ya estabas bastante mal y yo solo lo empeoré. Perdóname, no me gusta que estemos peleados. Sabes que puedes hablar conmigo, cuéntame que paso con la chica, no me burlaré.”

De yo:

“Gracias, pero ahora quiero estar solo. Mañana hablamos.”

Aquella noche apenas durmió, y lo poco que lo hizo no le sirvió de mucho. Sin siquiera proponérselo no paraba de pensar en Myungsoo, sus ojos, sus labios, el tacto de su piel, el cómo sería si fuera gay y ambos salieran…

Poco a poco sentía que se estaba volviendo loco, ya no le parecía imposible desarrollar sentimientos por un chico y eso le aterraba. Es por eso que a la mañana siguiente apenas se movió en su sitio, no habló con ningún compañero ni hizo que su profesora le llamara la atención.

Se había encontrado a Hoya en la clase que compartían antes del almuerzo y Sungyeol le había pedido más tiempo para estar solo. Pronto se cumplió la primera semana tras ver la grabación, tras descubrir que un chico le había escrito una carta que él adoraba.

Aún no había quitado aquella cinta de su mochila y, en el fondo, se rehusaba a hacerlo. Una fuerza invisible le impedía desprenderse de lo que había sentido al recibir aquella muestra de amor, desecharla y olvidarla. La carta continuaba en el primer cajón de su escritorio y todas las noches la releía con el corazón acelerado y confuso.

Al día siguiente estaba tan abstraído que no notó llegar a Hoya y sentarse a su lado en clase, durante el tiempo del almuerzo. La última semana había decidido no ir a la cafetería, ni a la biblioteca, incluso se negaba a ir al baño.

Cada vez que lo hacía se encontraba con Myungsoo y su mirada. Una que le hacía temblar y alteraba su confundido corazón. Una que no se despegaba de él cuando se encontraban y que le producía cierta sensación de vértigo. Definitivamente el menor le observaba solamente a él, ignorando al resto de estudiantes, algo de lo que se había dado cuenta recientemente.

– ¿Me vas a contar que te ocurre? – preguntó Hoya, harto de ver a su amigo de aquella forma – Estás muy raro, como deprimido. No me iré hasta que me lo cuentes, ni voy a esperar ni un maldito día más.

– Antes respóndeme a una cosa – respondió Sungyeol con la mirada fija en su regazo.

No podía guardarse secreto eternamente, lo sabía, además se suponía que Hoya y él eran buenos amigos. Pero, si iba a contarlo, esperaba obtener algo a cambio.

– ¿Qué harías si, de repente, Dongwoo se te declarara?

Hacía tiempo que sospechaba de aquellos dos. En realidad estaba completamente seguro de que Hoya le había mentido repetidas veces sobre el tema. Ahora era el momento adecuado para que ambos sacaran a relucir aquello que más temían contar.

– ¿¡Dongwoo se te ha declarado!? – Intentó no echarse a reír ante la expresión que adoptó el rostro de su amigo.

– No, idiota. – No se sentía especialmente atraído por ningún chico, pero estaba completamente seguro de que jamás podría gustarle Dongwoo – Y no grites, solo contesta.

– Bueno…- parecía realmente contrariado con la pregunta -… Sería muy raro e incómodo, ya sabes…

– Dime la verdad, – pronto tendrían que volver a clase y se le estaba acabando la paciencia – ¿te gusta Dongwoo?

– Dongwoo es mi amigo – argumentó esquivando su mirada -. Además, ¿qué tiene que ver todo esto con lo de tu admiradora?

– No has respondido a la pregunta, y tiene mucho que ver, necesito que seas sincero – contraatacó el menor -. Sabes que independientemente de la repuesta seguiremos siendo amigos, pero tenemos que decirnos la verdad mutuamente. No pasa nada si te gustan los chicos…

– No me gustan los chicos, ¿vale? – dijo de repente, claramente molesto y agotado.

Sungyeol esperó en silencio tranquilamente mientras el mayor se pasaba la mano por la boca con gesto derrotado. Tímidamente volvió a mirar a su amigo y, tras suspirar lentamente, siguió hablando.

– Solo me gusta Dongwoo – al fin había obtenido una respuesta sincera – ¿ya estás contento?

– Si, ya no tendremos más secretos – respondió satisfecho ya que, ahora, sabía que Hoya podría entender en qué situación se encontraba.

Procedió a contarle lo que vio hace días en la grabación, añadiéndole sus antiguas sospechas y suposiciones. Cuando acabó, el mayor tenía la boca abierta de la impresión y, por un momento, creyó que también se había quedado mudo por la noticia. Pero claro, Hoya era Hoya.

– No puede ser ¡No puede ser! – gritó aun sabiendo que la gente del pasillo les empezaba a mirar raro- ¿Estás completamente seguro de que es él? ¿No es porque te guste?

– ¡No! – se defendió el alto – Esto es nuevo para mí, es más, nunca me había planteado si me gustaban los chicos… – susurró mientras su estado de ánimo volvía a caer -… Y lo peor es que creo que me podría gustar, quiero decir, que ahora le veo cierto…atractivo.

Su compañero meditó en silencio la información obtenida, estaba claro que Sungyeol estaba replanteándose seriamente su sexualidad. Ya conocía ese sentimiento, pues él mismo lo vivió un año atrás.

– ¿Y qué piensas hacer? – dijo preocupado por cómo se sintiera Sungyeol.

– No lo sé – respondió este con franqueza, cerrando los ojos y entrelazando los dedos de sus manos.

– ¿Por qué no intentas ser su amigo? – eso era lo que había hecho él y, de momento, era feliz estando al lado de Dongwoo, aunque solo fuera como un amigo – Así podrías conocerlo y, con el tiempo, sabrás si te gusta o no.

Lo pensó durante un momento, la verdad era que él no sabía qué hacer. Ni siquiera como comprobar si lo que sentía en ese momento evolucionaría y, con el tiempo, le empezaran a gustar los chicos. Es por eso que decidió darle un voto de confianza a la idea de su amigo, al fin y al cabo, podría funcionar.

– ¿Y cómo lo hago? – dijo aceptando indirectamente la propuesta – No es tan fácil acercarse a alguien de repente…

– Tú déjamelo a mí – respondió su compañero poniéndose en pié.

Este también se levantó temiendo lo que pensara hacer Hoya para resolver ese inconveniente.

– Hoya hagas ninguna tontería – le advirtió sujetándolo del brazo.

Este se rio y libró del agarre sin perder la sonrisa ni su buen humor.

– Confía en mi – dijo plenamente seguro de que su plan tendría éxito -. Además, lo peor que podría pasar es que acabarais siendo buenos amigos – añadió comenzando a caminar, alejándose de Sungyeol -. Voy a la cafetería, cuando te dé la señal reúnete conmigo.

– ¿Qué vas a hacer? ¡Hoya, espera! – Intentó detenerlo, pero este empezó a correr y supo que no lo alcanzaría aunque quisiera – Idiota…

Estuvo esperando unos pocos minutos sentado en el mismo lugar, mirando de soslayo su viejo móvil, hasta que finalmente la “señal” llegó.

De mi estúpido amigo gay:

Ya he escogido tu almuerzo. Estoy sentado con Dongwoo en una de las mesas al fondo, ven rápido.

¿Su plan maestro era comer con Dongwoo? Se le había ido la cabeza, o le había engañado para acabar comiendo con su aún-no-novio. Aun así, hizo caso a su amigo y llegó a la cafetería apenas un minuto después. Como dijo Hoya, estaban sentados al fondo, aunque con otro chico más.

Todos estaban de espaldas a excepción de su amigo, así que no pudo reconocer al invitado hasta que llegó a la mesa. Entonces su cuerpo entero se congeló al recibir aquella oscura mirada del chico que había estado ocupando su mente y que había intentado evitar la última maldita semana.

– Oh, Yeol, ya pensaba que no vendrías – dijo Hoya levantándose y fingiendo una normalidad y serenidad que claramente no poseía -. Permíteme que os presente; él es Myungsoo, Myungsoo, este es Sungyeol, mi compañero de clase.

– Encantado…- habló el menor sin despegar la mirada del más alto.

– I-igualmente – respondió Sungyeol sentándose junto a Hoya y con la garganta seca de repente.

Sungyeol desvió la mirada al amor platónico de su amigo, Dongwoo, quién no parecía interesado en la conversación, y mantenía su total atención en llegarse la boca de comida. En serio, ¿qué veía en él?

– ¿Sabes que Myungsoo está en clase con Dongwoo? – Por suerte allí estaba Hoya para evitar los silencios incómodos a base de una dramática interpretación – Es muy listo y le han adelantado dos cursos – dijo mientras le entregaba a Sungyeol su almuerzo manteniendo una sonrisa que debía doler –. Y lo mejor de todo, es un genio de las matemáticas.

– ¿De verdad? – dijo intentando seguir el hilo de la conversación, fingiendo desconocer aquella información, y entretanto también intentaba comer algo.

– Y, mientras te tomabas tu tiempo para venir, le estaba comentando lo mal que vas tú en esa asignatura…- dijo con un brillo siniestro en la mirada -… Ya sabes, si podría ayudarte con unas clases.

Iba a matar a Hoya nada más aquello acabara, lo juraba por su madre. Era malo en matemáticas pero no necesitaba un profesor particular que, por cómo le miraba en aquel momento, parecía querer comérselo a él en vez de su almuerzo.

– Yo… Bueno, – dijo intentando dar marcha atrás a aquella proposición – no quisiera molestarte.

– No le molestarás, ha dicho que tiene mucho tiempo libre por las tardes – respondió rápidamente su compañero intentando no reírse de la cara que seguramente estaba poniendo – ¿Verdad?

– Sí… – respondió Myungsoo curvando levemente la comisura de sus labios.

– Entonces está hecho – resolvió Hoya con determinación, mientras el timbre que marcaba el final del tiempo de descanso hacía acto en escena -. Podrías empezar mañana, tenemos el examen de matemáticas muy cerca y sería divertido ver que al fin aprueba alguno.

Sungyeol intentó sonreír en vez de tirarse al su cuello de su amigo y estrangularlo ahí mismo, con público y todo. Todos recogieron sus bandejas a medio acabar, a excepción de la de Dongwoo, y se dirigimos a la salida de la cafetería.

– Venga, daos los números de teléfono y moved el culo a clase – insistió el indomable Hoya mientras, casi imperceptiblemente, rozaba su mano con la de Dongwoo y sonreía -. No quiero volver a quedarme parado frente a la toda clase, con este idiota, por volver a llegar tarde.

Sungyeol no tuvo opción así que, en menos de treinta segundos ya había dado su número y Myungsoo lo tenía en su móvil. Este también le había dado el suyo y se había despedido de él con una corta sonrisa. Había algo en la mirada se Myungsoo que le gustaba y a la vez le hacía temblar, y más cuando le sonrió de aquella forma.

De camino a su aula correspondiente, y comprobando que los otros dos chicos habían desaparecido de su vista, Sungyeol golpeó con fuerza la cabeza del mayor.

– Muy sutil todo… – dijo enojado con este.

– Ya me lo agradecerás el día de tu boda – le respondió Hoya mientras ambos corrían para no llegar de nuevo tarde a clase.

Sungyeol sonrió de incredulidad y guardó su móvil con aquel nuevo contacto bajo el seudónimo de “L”. Sentía una mezcla extraña de emociones en su estómago: nervios, felicidad y miedo. Myungsoo era un completo enigma para él, pero dicen que los mayores retos son los que por los que, verdaderamente, vale la pena esforzarse. Y Sungyeol estaba decidido en descubrir cómo era realmente su “admirador ya-no-tan-secreto”.

Al otro lado del edificio Myungsoo no paraba de mirar su teléfono y sonreír mientras guardaba el contacto de Sungyeol bajo el nombre de “Yeollie”. Sí aquella mañana le hubieran dicho que almorzaría con Sungyeol y, además, conseguiría quedar a solas con él, se habría reído con ganas. Pero ahora, tras haber visto de cerca sus labios, de haber percibido su aroma y haber intercambiado números, creía que la suerte y el destino estaban de su parte.

También había advertido aquella cinta roja que adornaba la mochila del mayor, hecho que le hacía sonreír de forma inmediata nada más pensarlo. No sabía si, el haber almorzado con el chico que amaba, había sido el resultado de que le hubieran descubierto. Además significaría que el más alto consideraba seriamente darle una oportunidad. Más, todo eran simples suposiciones.

Tras entrar en el aula se sentó en su sitio e inspiró profundamente. Mañana el mayor iría a su casa para estudiar juntos. Ya tenía planeado llevarlo a su cuarto, para tener mayor privacidad, y sentarse muy cerca de él… Ah, eso le recordaba que tenía que esconder las fotos que había de él por toda su habitación. Especialmente en la que el mayor salía sin camisa, y que guardaba bajo su almohada.

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