Maldito. Maldito.
Estaba furioso. Cuando lo volviese a ver, si es que lo haría, juraba matarlo.
Había confiado en él y así lo había tratado. Dejándolo tirado entre contenedores de basura, parecía aquello un vertedero de cadáveres de animales, y ya hacía unas horas que había amanecido y nada, nadie había aparecido en su busca. Mentiroso. Eso es lo que era, un estúpido mentiroso.
Furioso a cada minuto que pasaba, Ryeowook salió de aquel lugar. Se había dormido, aquel olor podía con él y encima era él mismo es que olía en ese momento. Asqueado salió del callejón, la vida en la ciudad había empezado, las calles estaban concurridas de gente y los coches pasaban entre las carreteras, apresurados. Maldita su propia vida. No podía ir por ahí como si nada. Ahora tendría que caminar por oscuras calles. Pero... ¿donde iba? Su casa estaba en la otra punta de la ciudad y ahora no estaba en condiciones de moverse mucho.
Caminaba por lugares apartados de las miradas ajenas, donde nadie lo mirara mucho, o más bien, lo oliera. Era vergonzoso. Horrible. Lo mataría. No se lo perdonaría jamás. Maldito.