Capitulo Segundo
DaWon no
sabía dónde se encontraban las dos hermanas exactamente, pero sabía que estaban
en algún lugar de la planta baja de la casa, seguramente explorando todos y
cada uno de los rincones en la búsqueda de algún tesoro mientras ponían a
prueba sus poderes y practicaban para fortalecerlos; pero aunque no sabía dónde
se encontraban, la chica no estaba preocupada porque a pesar de que SooBin y
DaYoung eran todavía bastante jóvenes, tenían la edad suficiente para poder defenderse
solas. Por este motivo, la chica había decidido que, aprovechando la soledad,
buscaría aquello que había ido a buscar a la casa de su infancia. No sabía qué
era lo que encontraría en el libro, pero sí que sabía que en éste se encontraba
la pieza que faltaba en el rompecabezas para que todo le encajara, para poder
tener toda la información necesaria y para saber qué era lo que debía hacer
cuando el momento llegara.
Así que,
DaWon se dirigió hacia la buhardilla de la casa y comenzó a lanzar todo tipo de
hechizos de invocación para encontrar de forma más rápida el libro entre la
gran cantidad de manuscritos que había en el lugar. Sin embargo, por más que
lanzó hechizos y por más poderosos que fueron algunos de ellos, lo único para
lo que le sirvió a la bruja fue para cansarse por la cantidad de energía que
había utilizado para nada. Probablemente el libro estaba oculto, encantado,
para que no pudiera ser encontrado rápidamente, ni usando la magia, lo cual
tenía bastante sentido, pero DaWon tenía que probar.
Después
de gastar sus energías, bajó hasta la planta principal y utilizó las pocas
fuerzas que todavía le quedaban para hallar a las hermanas. No tardó más de un
segundo en ver que éstas se encontraban en el salón, así que se dirigió hacia
allí y entró a la habitación, para después dejarse caer en el sofá como un peso
muerto, dispuesta a descansar hasta recuperar todas sus fuerzas. SooBin y
DaYoung notaron su presencia y se acercaron a ella antes de que cerrara los
ojos, para acurrucarse junto a ella, una a cada lado de su cuerpo. DaWon no
pudo evitar sonreír porque, a pesar de que no las unían lazos sanguíneos,
aquellas pequeñas brujas la querían como si realmente fuera su hermana mayor y
la cuidaban en la medida que podían. La chica se durmió, sintiendo cómo la
calidez de la magia sanadora y reparadora de las chicas se extendía por su
cuerpo, haciendo que se recuperara mucho más rápidamente de lo que lo habría
hecho por sí misma.
Solo
habían pasado un par de horas cuando DaWon se despertó totalmente recuperada y
se desembarazó de los cuerpos de las dos hermanas de forma suave para no
despertarlas, dejando la habitación para seguir con su tarea en la buhardilla.
Quizás no funcionaran los poderes para encontrar el libro, pero siempre podía
buscar como lo hacían el resto de los humanos que no poseían el don de la
magia.
La bruja
tardó desde ese momento tres días en encontrar el libro llamado La Historia de
los Cielos, tres días en los que solo salió de la buhardilla para realizar las
funciones básicas de su cuerpo; pero había merecido la pena porque por fin
tenía en sus manos aquello que tanto había ansiado tener y aquello que
finalmente la pondría en camino para poder ser de ayuda en los tiempos extraños
que se avecinaban.
★★★
La diosa
de la paz salió de su palacio en los cielos para contemplar el firmamento, la
noche estrellada que cubría como un manto el planeta que guardaba. Los astros
brillaban de una forma espectacular, sin saber que el brillo de una de ellas se
apagaría próximamente para nunca más arder. Bona había pensado mucho en ello,
mucho en las posibilidades que tenía sin apagar el brillo de una estrella, sin
usar aquel brillo para poder ganar la contienda… pero no había podido hallar
ninguna otra solución. Habían pasado siglos desde que las cosas se habían
calmado y en todos esos siglos había estado esperando pacientemente que todo
volviera a torcerse mientras buscaba soluciones alternativas al uso de la
estrella, sin encontrar absolutamente nada.
Bona
caminó por los cuidados y hermosos jardines de su palacio, donde el verde de
los matorrales se teñía de los más diversos colores en algunos puntos gracias a
las flores siempre mostrando su eterna y divina salud. Sus ligeros pasos apenas
resonaban en las losas de mármol que conducían hasta el lugar más alejado del
complejo, pero a la vez el más importante y doloroso para la diosa, aquel lugar
en el que se encontraba el busto dorado de aquel que había sido su amor y aquel
que se encontraba preso, deseoso de escapar para desatar el caos. A la diosa de
la paz le gustaba observar sus rasgos de vez en cuando para así no olvidar su
rostro porque sentía que si no lo recordaba, estaría cometiendo una enorme
traición para aquel a quien amó; porque aunque el mundo que tanto atesoraba
casi había sido destruido por ese amor, Bona no podía evitar seguir enamorada a
pesar de todos los siglos que habían transcurrido desde el encierro.
La diosa
finalmente llegó a su destino, subió la escalinata de mármol y después se
enfrentó al busto dorado, mirándolo fijamente durante algunos segundos antes de
lanzar un suspiro melancólico y dejarse caer grácilmente a sus pies,
acomodándose para pasar algo de tiempo vigilando a los humanos, tratando que la
paz llegara a aquellos lugares en los que se estaban desarrollando conflictos
de todo tipo, debido a que el deseo de que todos los humanos pudieran vivir en
paz y armonía los unos con los otros, había sido siempre el anhelo más profundo
del corazón de la diosa.
★★★
La
ciudad bullía a su alrededor, las calles estaban a rebosar de personas que
estaban pasando fuera de sus hogares aquel día de evidente festividad para los
humanos. A ninguna de las dos les gustaba mezclarse con la gente, pero con el
paso de los siglos habían aprendido a hacerlo y se habían acostumbrado de forma
relativa a estar rodeadas por diferentes personas; sin embargo, en los días
como aquellos, cuando había demasiado bullicio en las calles, ni EunSeo ni
Cheng Xiao podían ocultar lo horrible que era para ellas tener que cumplir su
castigo mientras esperaban a que el orden establecido se volviera a
reestablecer. Ambas caminaban muy juntas, tomándose de las manos para no
extraviarse y tratando de no establecer contacto físico con ninguna de las personas
que pasaban a su alrededor, aunque esto último era demasiado complicado y no
podían evitar que de vez en cuando algún humano las tocara, algo que las
desagradaba demasiado.
Ellas no
debían de estar allí, ellas no pertenecían a la tierra sino a los cielos y los
humanos no eran más que la Creación de un Dios Supremo que había vivido hacía
eones y que los había instalado en aquel lugar para su propio divertimento. Los
humanos eran seres inferiores, frágiles, débiles y muy influenciables y
manejables, por lo que en la opinión de EunSeo, no debían de existir. Por ese
motivo, ambas habían unido sus fuerzas junto a su Dios cuando éste había
desatado el caos y la guerra en Cosmic Earth y, por ese motivo, llevaban
demasiado tiempo teniendo que caminar entre los humanos como si fueran como
ellos.
Sin
embargo, cuando él regresara, cuando él tuviera por completo sus poderes de
regreso, ellas también volverían a tenerlos y por fin dejarían de ser solo
inmortales encerradas en aquel lugar lleno de indeseables humanos para ser de
nuevo las divinidades menores protectoras que aquel al que servían. Pero
mientras eso sucedía, debían seguir viviendo en aquel lugar, sin tratar de
llamar la atención sobre ellas de ninguna forma especial.
—Voy a
por algo de beber a la máquina expendedora —le anunció EunSeo—. Espérame por
allí que hay menos gente, sé que te gusta tan poco como a mí estar rodeada.
Cheng
Xiao le sonrió con afecto y después se dirigió hacia el lugar que la otra le
había indicado para esperarla. Había menos personas en aquella calle secundaria
que medía poco más de dos metros y que era más una separación entre las casas
que una calle propiamente dicha, pero por esa misma razón, justo en la boca de
aquel lugar, no había absolutamente nadie y alrededor tampoco había demasiadas
personas. Cheng Xiao se permitió respirar hondo y relajarse en ese entorno,
mirando hacia el cielo, aquel lugar en el que el astro rey se encontraba sobre
sus cabezas, pero comenzando su lento descenso hacia el oeste. Ella nunca se
había codeado con una divinidad tan importante como el Dios del Sol, solo se
había dedicado a servirlo a él, al Dios de la Guerra; pero antes de que
decidieran exiliarlas, le habría encantado conocer a ese Dios en concreto
porque debía de ser alguien muy brillante.
Estaba
tan metida en sus pensamientos, que no se dio cuenta en ningún momento que un
joven alto y delgado, con el pelo castaño claro, se había acercado a ella, al
menos no se dio cuenta de ello hasta que su sombra le tapó algo de su campo de
visión.
—¿Estás
bien? —le preguntó el muchacho con una sonrisa cálida—. Pareces como perdida y
estás mirando directamente al sol aunque no es bueno para los ojos.
Cheng
Xiao lo miró de arriba abajo durante un momento, pero no le contestó,
simplemente dio un paso atrás, pegándose a la pared, para alejarse de él. El
muchacho debió de ver perfectamente que lo rehuyó y en sus ojos oscuros
apareció una sombra de dolor; ella, no obstante, ignoró esa sombra y al chico
hasta que llegó EunSeo con un par de latas de refresco fresquitas, una para
cada una, y la recibió con un beso en los labios. El chico, al ver aquello,
simplemente le dedicó una leve disculpa y se fue como si nunca hubiera estado
allí.
—¿Quién
era ese chico? —le preguntó EunSeo.
—No lo
sé —respondió—. Solo se ha acercado porque pensaba que estaba perdida.
★★★
LuDa aún
no se acostumbraba al nuevo lugar en el que se encontraba, ni tampoco a las
tareas que debía de realizar a pesar de que las otras dos chicas que allí se
encontraban eran muy pacientes con ella y le explicaban absolutamente todo lo
que quería saber sin ningún signo de malestar, quizás sabiendo que para ella
era todo demasiado nuevo y que no entendía siquiera el motivo por el que había
sido elegida. LuDa siempre había sido una muchacha normal y corriente, que
acababa de terminar la secundaria y que tras esos últimos días de verano libres
iba a comenzar su vida universitaria. Y sin embargo, allí se encontraba,
haciendo algo totalmente diferente a lo que había imaginado.
Según
MeiQi y XuanYi, las dos chicas que vivían en aquel templo tallado en la roca
bajo la montaña, se había convertido en una sacerdotisa de la Diosa de la Paz
que había sido elegida por la mismísima Diosa para llevar a cabo su cometido en
Cosmic Earth debido a su gran poder espiritual. LuDa jamás había creído en
dioses o en poderes espirituales, pero después de tantos sueños repetitivos con
aquella chica preciosa que debía de ser la Diosa de la que tanto hablaban y su
aparición en aquel lugar cuando debería haber estado junto a sus amigos,
durmiendo sobre la arena, habían acabado por convencerla de que todo eso
existía.
No
obstante, la chica no podía evitar pensar más a menudo de lo que quizás debería
teniendo en cuenta que su situación no era para nada mala y que, realmente no
sentía ningún deseo por regresar, si su familia o sus amigos lo estaban pasando
mal o si la estaban buscando o si creían que la había arrastrado el mar y solo
esperaban a que la marea devolviera su cuerpo sin vida.
—Ser la
sacerdotisa de la Diosa de la Paz es un honor —le comentó MeiQi, con voz dulce
y calmada—. Todas las que nos encontramos repartidas por el mundo tenemos la
importante tarea de llevar la paz al mundo con nuestras oraciones.
—Somos
pocas, siempre lo hemos sido —continuó XuanYi—, por lo que somos incapaces de
acabar con absolutamente todos los conflictos que se producen en este vasto
mundo… pero solo las que son realmente merecedoras de ello pueden ser
sacerdotisas.
—¿Cómo
solo una oración detiene un conflicto armado? —cuestionó LuDa.
—No lo
hace —le respondió la chica del pelo corto—, al menos no solo una oración lo
hace, porque si así fuera, cualquier persona que orara por ello podría
detenerlo.
—Son los
rituales que llevamos a cabo, nuestra capacidad para mezclar nuestros poderes
espirituales en la oración y el poder ayudar con éstos a la Diosa, lo que hace
que ella pueda intervenir, de forma indirecta en la resolución de los
conflictos pacíficamente —dijo MeiQi—. No podemos evitarlos, pero sí que
podemos hacer que duren el menos tiempo posible y que la población sufra el
menor impacto posible.
—Sigo
sin entender lo de los poderes espirituales —comentó LuDa, porque el propósito
de los rezos y todo lo demás sí que lo había entendido. A ella también le
encantaría que hubiera paz en el mundo—. Yo no tengo ninguno, por eso sigo sin
saber por qué estoy aquí.
—Sí que
lo tienes y es bastante grande —replicó XuanYi—. Pero todavía no ha despertado,
pero por eso la Diosa te ha enviado con nosotras… para que hagamos que
despierte antes de que todo esto comience.
—¿Esto?
¿El qué? —cuestionó, bastante confusa.
—La
tarea final de nuestra Diosa —dijo la del pelo largo—. El motivo por el que
estás aquí, LuDa.
★★★
Tras su
largo paseo por el Bosque Sagrado, YeoReum finalmente llegó hasta el lugar que
había estado buscando: el Santuario. El aire era mucho más pesado allí que en
el resto del bosque y en el ambiente se respiraba la antigüedad y magnificencia
del poder que habitaba en ese lugar. Ella nunca había sentido algo parecido
entre aquellos con quienes vivía, a pesar de que algunos de ellos eran
realmente poderosos, porque a pesar de que su pueblo se sirviera de la
naturaleza y del poder de ésta para vivir, era poco al poder natural al que
podían acceder. No obstante, allí, en el Santuario, el poder natural era a la
vez magnífico y abrumador y YeoReum todavía se preguntaba si ella iba a ser
capaz de canalizar todo aquel poder para poder llevar a cabo su cometido.
La elfa
estaba insegura. A ella había sido a quien le habían encomendado la tarea de
ayudar cuando el mundo se viera en peligro por aquella amenaza que iba a llegar
desde la luna mayor de aquel planeta, pero siempre había pensado que ella
también daría el testigo a alguien más joven y capacitado cuando llegara el
momento y que, como sus antecesoras en aquel cargo, jamás tendría que luchar
contra la amenaza. YeoReum siempre había tenido aquella vana esperanza… hasta
que había comenzado a notar en cada centímetro de su piel que algo iba
realmente mal y que ese mal no pararía de extenderse a no ser que ella aportara
su granito de arena en esa importante y enorme misión que era la de proteger a cada
ser vivo de Cosmic Earth.
Lanzó un
suspiro al aire fresco que precedía la llegada del Sol al cielo y después se
dejó caer grácilmente sobre la hierba del suelo, sintiéndose muy cansada tras
el viaje realizado y por la presión que el poder que emanaba de aquel lugar
ejercía sobre ella. Los doce imponentes obeliscos de amatista que se
encontraban dispersos en el gran claro canalizaban el poder desde lo más
profundo del núcleo de la tierra la afectaban de una forma que la elfa no había
pensado que pudiera suceder, pero sabiendo que éstos influían en ella y en cómo
se sentía, YeoReum también sabía que ella era la única que podía hacer aquello,
la única que podría manejar ese poder, aunque siguiera creyendo que no estaba
preparada para hacerlo.
Cuando
los primeros rayos de luz solar iluminaron el claro, la elfa vio cómo su
acompañante lobo salía de los árboles y se dirigía hasta ella para tumbarse
justo a su lado. YeoReum le acarició detrás de las orejas de forma distraída y
dirigió su mirada hacia el cielo, donde la gran luna comenzaba a perder su
brillo por la acción del Sol. La actividad que tanto había sido anunciada,
había comenzado por fin.
★★★
Patrullar
el perímetro de Cosmic Earth para alejar a las amenazas exteriores había sido
siempre su cometido y siempre lo habían realizado con dedicación porque para
ello habían adquirido sus poderes y ni tan siquiera después de llevar milenios
llevando a cabo aquel mismo menester ninguna de las dos divinidades se había
cansado de aquello a pesar de lo monótono y repetitivo que era aquel cometido.
Al contrario, SeolA y EXY tenían tanto conocimiento y control sobre el espacio
que las rodeaba que podían saber cuándo un mínimo cambio se producía en éste.
Eran las mejores por eso mismo, para mantenerse al tanto de lo que ocurría en
la Luna mayor, las mejores para poder alertar a la única diosa que aún se
preocupaba por el destino de aquel mundo de que el peligro se cernía sobre
ellos.
Y EXY
fue la que notó ese mínimo cambio en la Luna mayor.
Había
sido simplemente un pequeño haz de luz que apenas había podido vislumbrar, pero
ese pequeño haz de luz era algo que no debería de haber estado ahí y que significaba
que el dios allí encerrado estaba recuperando sus poderes.
—¿Lo has
visto? —le preguntó a su compañera, pero ésta hizo un movimiento negativo con
su cabeza—. Ha habido una pequeña luz procedente de la luna —continuó.
—Eso no
es buena señal —respondió SeolA.
—No lo
es.
Y sin
decir ninguna palabra más, porque ambas sabían la gravedad que suponía que
hubiera algo extraño en aquella luna, SeolA viró la trayectoria del coche para
dejar su habitual recorrido alrededor de Cosmic Earth y dirigirse hacia algún
punto más cercano a la Luna mayor desde el cual poder ver qué era lo que estaba
sucediendo en ese lugar. Si de verdad aquel dios encerrado y despojado de sus
poderes los estaba recuperando, eso quería decir que el momento que tanto
temían llegaría pronto, aquel momento que habían vaticinado los oráculos
antiguos y que ninguna de las guardianas quería que se llegara a producir
jamás. Ellas serían las primeras que se tendrían que topar con la furia del
dios y ambas sabían que no estaban preparadas para hacerle frente y salir con
vida… por eso deseaban con todas sus fuerzas que el plan que había trazado la
diosa diera resultado.
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