Capitulo primero
En el lugar más elevado
de Cosmic Earth se encontraba el hogar de los dioses que antaño velaban por la
seguridad de los inquilinos de aquel planeta. Hacía siglos que los humanos
habían dejado de creer en ellos, movidos por el impulso del desarrollo del conocimiento
científico, y los dioses habían acabado por despreocuparse de lo que sucedía a
nivel del suelo. Ahora, todos ellos se dedicaban a los placeres de la vida
mientras prolongaban su existencia vacía década tras década, siglo tras siglo,
milenio tras milenio… no obstante, todavía quedaba una divinidad en aquel
panteón que seguía vigilante.
Bona, la hermosa diosa
de la paz, seguía observando qué hacían los humanos y cómo podía ayudarlos a
mantener alejados los conflictos que siempre mermaban la población y que
causaban tantos males irreparables. Solo ella miraba tanto a la tierra que se
extendía a las faldas de aquel monte sagrado cómo al cielo que cubría sus
cabezas. Solo ella atendía a las demandas de los humanos y solo era ella quien
observaba los astros, esperando a que éstos le indicaran que había llegado el
momento en el que debían comenzar todos los preparativos para acabar con el mal
que se cernía sobre ellos.
La diosa miraba al cielo
plagado de nubes, observando entre la blancura y esponjosidad de éstas el
satélite mayor de los dos que aquel planeta tenía orbitando a su alrededor. No
había ninguna actividad, desde que observaba aquella formación rocosa nunca
había habido nada extraño en ella, pero Bona sabía que algo había cambiado
aunque no pudiera verlo, lo sentía en cada centímetro de piel de su cuerpo,
sentía que él se estaba haciendo más fuerte cada día que pasaba.
El momento final estaba
muy cerca… y solo esperaba poder estar preparada para poder enfrentarse de
nuevo a quien había amado desde hacía tanto tiempo. Bona cerró sus ojos y dejó
de pensar en ello. Hacía milenios que había tomado la determinación de
detenerlo, de luchar contra él para que no pudiera llevar a cabo aquella venganza
que había jurado obtener antes de ser enviado a la que todavía seguía siendo su
cárcel.
La diosa lucharía. Lo
haría por el bien de los seres humanos que se habían encomendado a ella desde
los albores de los tiempos… lo haría aunque su corazón, aquel que jamás pensó
podría latir con intensidad, se terminara de marchitar y su cuerpo acabara por
ser aquel caparazón vacío de sentimientos que siempre tendría que haber sido.
★★★
La oscuridad lo cubría todo como un manto, suave y cálido en aquella noche
de verano en la que el bosque estaba silencioso como nunca antes lo había
estado. Las aves nocturnas no rompían el silencio con sus llamados y las
criaturas que correteaban por el herbáceo suelo tampoco hacían sus
característicos ruidos, convirtiendo aquella noche en algo sumamente extraño,
pero a la vez conocido. El silencio en el Bosque Sagrado, tal y como estaba
escrito, habría de ser uno de los preludios de que un mal sin precedentes se
avecinaba.
La joven que caminaba por
el bosque, envuelta en pieles de animales no sentía el calor de aquella noche,
pero sí sentía que algo estaba a punto de pasar, era una certeza que habitaba
en su corazón y que cada día se hacía más y más fuerte hasta que llegara el
momento final… pero cuando eso sucediera, ella debía de estar preparada. Por
ese mismo motivo, se adentraba más y más en el bosque, acompañada por el débil
susurro que las almohadilladas patas de su acompañante hacían al pisar la
hierba, queriendo llegar hasta el mismísimo corazón de éste, el lugar en el que
debía permanecer y estar atenta a cada cambio que se produjera en el cielo
nocturno.
Sus pies descalzos casi no
rozaban el suelo que pisaba, más que caminar, parecía que levitaba sobre éste,
haciendo que de esta forma no quedaran huellas de sus pasos por el lugar, ya
que ningún otro habitante de aquel bosque debía saber hacia dónde se había
marchado. Aquella misión era su cometido, así se lo habían encomendado hacía
tanto tiempo que ya apenas recordaba, un tiempo en el que aún podía notar los
cambios de temperatura en su nívea y delicada piel.
Sin previo aviso, su
acompañante se detuvo y gruñó bajo,
gruñido que reverberó en el bosque y que rompió el silencio. La joven se agachó
junto a él con un movimiento suave y abrazó el cuello del peludo animal, sintiendo
bajo sus manos su pulso irregular. Él también estaba notando que se acercaban a
su destino y sentía la misma inquietud que ella dentro de su pecho.
—Tranquilo… —le susurró dulcemente—. Estoy aquí contigo y
nunca te dejaré.
El animal, aquel espíritu
sagrado del bosque que había tomado la forma material de un lobo de pelaje
grisáceo y blanco, se fue calmando poco a poco, hasta que lo hizo del todo y la
joven pudo respirar tranquila de nuevo. Ella se levantó del suelo y alzó su
cabeza hacia el cielo, buscando cualquier cambio en él que pudiera observar
entre las ramas del follaje. Se retiró el suave y fino cabello de su rostro,
colocándolo detrás de una de sus puntiagudas orejas y tras esto suspiró.
Todavía no se apreciaba
ningún cambio en el cielo, pero éste no tardaría en producirse, por lo que
debía darse prisa.
YeoReum acarició
levemente la cabeza del lobo para indicarle que debían volver a caminar por el
bosque y ser veloces. Su destino todavía quedaba bastante lejos y no le quedaba
demasiado tiempo. El hada comenzó a correr, guiada por los malos sentimientos
que reverberaban en su corazón y que provenían del lugar al que se dirigía,
siendo seguida inmediatamente de su fiel acompañante.
★★★
La
puerta de la vieja casa se abrió lentamente con un chirrido que denotó que las
bisagras necesitaban urgentemente un poco de aceite para volver a funcionar
como lo hacían antes y un pasillo largo que cruzaba la vivienda desde la parte
delantera hasta la trasera apareció ante los ojos de las tres chicas que se
encontraban en la entrada. En el lado izquierdo, según su perspectiva, se
abrían una serie de puertas, mientras que hacia la derecha solo había una
escalera que subía a la segunda planta de aquel adosado. Aquella que había
abierto la puerta y que todavía sujetaba el juego de llaves con el que lo había
hecho, inspiró hondo, notando un aroma vagamente familiar, mezclado con el olor
a cerrado y partículas de polvo, que todavía recordaba perfectamente y supo que
en el interior todo debía seguir igual que cuando la casa fue dejada, hacía ya
más de una década.
La chica
guardó las llaves en el bolsillo de sus pantalones cortos y echó a andar hacia
el interior de la casa, sabiendo sin siquiera mirar hacia atrás que sus otras
dos acompañantes la seguían de cerca. La puerta fue cerrada con suavidad a sus
espaldas con solo un pensamiento mientras se dirigía hacia la primera puerta y
entraba en la habitación que ésta guardaba, aquel salón comedor en el que cuando
era pequeña jugó mientras era observada por sus progenitores, los recuerdos de
su niñez agolpándose en su mente por cada mueble tapado con una sábana que iba
destapando cuando parpadeaba.
—Todo
sigue igual a como lo recordaba —murmuró, llamando la atención de las otras dos
chicas, que lo miraban todo con la curiosidad de quien no había estado antes en
aquel lugar.
—Nunca
pensamos que en un lugar tan corriente como este hubiera tal cantidad de magia
en el ambiente —comentó la mayor de las dos hermanas.
—Es
extraño —completó la menor.
—Esta
casa siempre ha estado habitada por miembros de mi familia —la chica que las
había llevado hasta allí se giró para mirarlas mientras hablaba, notando cómo
éstas estaban tomándose de las manos, como solía ser natural en ellas—. Y todos
han dejado una pequeña impronta de su magia en ella.
Ambas
movieron su cabeza de arriba hacia abajo al unísono, seguramente notando los
distintos poderes mágicos que se respiraban en aquel ambiente y DaWon les dedicó
una sonrisa cálida.
Tras esto, siguió con su
recorrido por la casa, comenzando a adecentarla porque aquel lugar sería donde
vivirían hasta que encontraran lo que habían ido a buscar allí. Las gemelas la
siguieron por toda la vivienda, sin querer separarse de ella hasta que todo
estuviera en orden, quizás su ayuda no era mucha, teniendo en cuenta que sus
capacidades mágicas aún no se había desarrollado del todo, pero su presencia y
calidez eran bastante reconfortantes para alguien que había pasado los últimos
años de su vida solitariamente buscando cualquier indicio que la llevara hasta
aquel objeto que tanto ansiaba encontrar.
Apenas
había pasado una hora desde la llegada de las tres chicas a la casa cuando ya
habían llegado hasta la buhardilla, lugar en el que se encontraban varias
estanterías plagadas de libros de magia, de todas las especialidades, con todos
los conocimientos que cualquier persona con un mínimo de afinidad con la magia
pudiera desarrollar sus poderes. Aquel lugar siempre había sido el santuario de
la pequeña DaWon, el lugar donde mejoraba día a día y el único en el que antaño
podía usar su magia sin que nadie la juzgara por ello.
Allí se
guardaban la mayor parte de sus recuerdos y allí, la chica estaba segura que se
encontraba el libro que estaba buscando, el libro que la ayudaría a librar su
pequeña batalla contra el mal que se avecinaba.
★★★
El sol
brillaba alto cuando un grupo de amigos llegó a la playa virgen que habían
escogido para pasar un par de días, con la sola compañía del sonido de las olas
rompiendo contra la costa y simplemente disfrutando de estar los unos con los
otros antes de comenzar otra vez a tener responsabilidades de las que no podían
escapar. Los últimos días de su libertad comenzaban y terminaban en aquel lugar
para todos, menos para una persona, cuyo destino era otro completamente
distinto, aunque ni ésta misma lo sabía, a pesar de haber sido ella quien había
organizado todo aquel viaje, movida por un fuerte impulso que no sabía de dónde
provenía exactamente.
Mientras
organizaban las cosas que habían llevado al lugar, se les fue la mañana y
prácticamente toda la tarde, por lo que solo pudieron disfrutar del sitio un
poco de tiempo antes de que anocheciera. Aun así, el grupo de amigos se quedó
en la playa por la noche, haciendo una pequeña hoguera y cenando a la luz de la
luna antes de quedarse dormidos de madrugada. Fue en ese momento, cuando la
chica que había preparado el viaje se quedó dormida finalmente, que comenzó
todo.
LuDa
nunca había tenido sueños demasiado raros, pero desde hacía un tiempo, uno de
ellos se repetía sin que pudiera evitarlo, uno en el que una joven hermosa,
vestida con ropas blancas y vaporosas, le decía que la siguiera.
La chica
tuvo aquel sueño esa noche también, pero aquella vez, fue un poco diferente. La
hermosa joven que aparecía en él le volvía a pedir que la acompañara, pero,
tras esto, en lugar de desaparecer, le tendió la mano y esperó pacientemente a que la tomara y la
siguiera por la arena de la playa. LuDa escuchaba el sonido de las olas
rompiendo y el ruido que hacían sus propios pies sobre la arena, al igual que
sentía la arena en la que estos se hundían. Aquel sueño era bastante real, pero
no quería despertar porque sentía que aquel sueño era el propósito de su visita
a aquel lugar.
La
hermosa joven que la guiaba, lo hizo durante lo que le parecieron horas sin
decir ni una palabra, sin girarse hacia ella para ver si la seguía o no,
probablemente muy segura de que LuDa no daría la vuelta y regresaría al lugar
en el que había dejado a sus amigos. Solo después de mucho tiempo, la joven
detuvo sus pasos y por fin le volvió a mostrar su rostro, en el que había una
sonrisa que llenó de calidez a la chica.
—Hemos
llegado —le dijo.
Su voz era clara y
cristalina, como el agua que debía haber recorrido el planeta antes de que la
contaminación comenzara a dejar su huella en él.
—¿Llegar? ¿Dónde? —cuestionó.
Sin embargo, la joven no
le contestó de forma inmediata, solo giró su cabeza en dirección al acantilado
que estaba cerca de ellas. Hasta el momento, a LuDa le había parecido un
acantilado normal, el lugar en el que tenía su fin la playa sobre la que había
caminado; sin embargo, en ese momento, se dio cuenta de que tallada en la roca,
se encontraba una entrada columnada tallada.
—Espero que puedas
cumplir tu destino aquí —comentó la joven—. Espero que me ayudes en mi
cometido.
LuDa quiso preguntarle a
qué se refería, pero en ese momento, se despertó de su extraño sueño en un
lugar todavía más extraño. La chica recordaba haberse quedado dormida en la
arena con sus amigos, sobre una toalla, pero se había despertado sobre una mullida
cama en un espacio tallado en la roca y levemente iluminado por velas,
acompañada además por dos chicas desconocidas que la miraban sonrientes.
—¿Dónde estoy? —preguntó,
asustada.
—Estás en el Santuario
en la tierra de la Diosa de la Paz, Bona —respondió la chica del pelo largo—.
Bienvenida, te estábamos esperando.
—¿Santuario…? ¿Diosa…?
¿Esperando…? —LuDa no entendía nada.
—Sí. La Diosa nos avisó
de tu llegada —contestó la otra chica, la que tenía el pelo corto—, así que
estábamos muy ansiosas por conocerte.
A LuDa le daba vueltas
la cabeza y, repentinamente, cayó dormida sobre la cama de nuevo, soñando de
nuevo con la joven hermosa que la había guiado hasta allí. No obstante, aquella
vez no la pidió que la siguiera, sino que la ayudara y LuDa, sin saber
realmente el por qué, le prometió que lo haría.
★★★
Dos
jóvenes observaban cómo el cielo de color oscuro pasaba lentamente a
convertirse en un cielo de tonos rosáceos hasta que finalmente, el azul claro
comenzó a tomar posesión de todo. Para las personas normales, era un hecho que
a determinada hora, según la estación del año, el Sol salía por el Este; sin
embargo, para ellas, era más que notoria la divinidad que guiaba al astro rey
en su recorrido por la bóveda celeste. Antaño, ellas tenían también un
cometido. Antaño, ellas eran quienes debían de proteger al Dios al que servían,
a ello se debía su existencia… y, sin embargo, no pudieron hacerlo y acabaron
de la forma en la que se encontraban ahora.
No
habían podido protegerlo y por eso habían acabado así, exiliadas en Cosmic
Earth, sin sus poderes y castigadas a pasar la eternidad junto a los humanos,
sin siquiera tener la oportunidad de acabar con sus vidas y así terminar su
sufrimiento. Siempre habían creído que su castigo había sido demasiado duro,
tanto el que ellas sufrían como el de quien habían tratado de proteger, pero no
habían podido hacer nada por evitarlo en
el momento en el que fueron despojadas de aquello que las hacía ser unas
divinidades menores. En ese momento no tenían nada y solo se tenían la una a la
otra.
Así, habían vivido por los
últimos cientos de años, esperando por el tan anunciado momento en el que el
regresaría para tomar venganza contra todos, pero sobre todo contra ella, la Diosa
que había hecho que todo se volviera de aquella forma… y ese momento, estaba a
punto de llegar, ambas lo sentían. Los poderes del Dios que había sido tratado
tan injustamente estaban regresando poco a poco, haciéndolo más fuerte para
poder condenar a los que sí se merecían ser condenados.
—Pronto regresará —susurró
EunSeo a espaldas de Cheng Xiao, abrazándola por la cintura y atrayéndola a su
cuerpo—. Pronto regresará y nosotras podremos volver a ser las de antes,
podremos volver a tomar lo que era nuestro antes de que todo sucediera.
—Sí. Espero que ese día
llegue lo más pronto posible —respondió.
La chica giró su cabeza
un poco para observar de reojo a su acompañante, antes de girar por completo su
cuerpo para tomar sus labios durante unos momentos.
—Echo de menos nuestro
verdadero hogar —murmuró EunSeo una vez que sus bocas se hubieron alejado la
una de la otra, observando aquella lejana y alta montaña en la que todos los
dioses habitaban.
—Dentro de poco tiempo
volveremos a entrar —prometió Cheng Xiao, sabiendo con certeza que, una vez que
él regresara a Cosmic Earth, todo sería suyo de nuevo.
★★★
Cada día
era igual que el anterior, cada día, las divinidades menores que habían sido
encargadas de tan importante cometido se despertaban y se subían aquel vehículo
que solo hacía unas décadas habían adquirido para patrullar el perímetro de la
Luna mayor y de Cosmic Earth, buscando cualquier indicio de algún cambio, por
más nimio que fuera, ya que cualquier cosa era muy importante para cumplir con
la misión que llevaban siglos acometiendo. El vehículo era parecido a los que
poblaban el planeta a sus pies, pero éste no necesitaba combustible o
mantenimiento siquiera, solo se movía guiado por los deseos de la persona que
lo conducía en aquella gravedad cero.
La chica
que conducía miraba al frente con gran determinación, a pesar de que llevaba
siglos haciendo lo mismo, porque un descuido de su parte llevaría a la ruina a
los demás; mientras que la otra, solo miraba distraídamente a través de la
ventanilla del asiento del acompañante. No había nada nuevo, nada que indicara
un movimiento de quien estaban custodiando, pero la conductora sabía
perfectamente que el momento en el que todo se volvería patas arriba estaba a
punto de llegar, a pesar de que no podía verse nada todavía. Lo sentía en sus
huesos.
—Lo
sientes, ¿verdad? —le cuestionó a su acompañante y ésta dejó de observar el
negro infinito del espacio para mirarla a los ojos—. ¿Sientes lo mismo que yo?
—Sí. Lo
siento —fue su corta respuesta—. Se acerca el momento en el que seremos puestas
a prueba como carceleras, el momento en el que tengamos que luchar por nuestras
vidas para así poder proteger todo lo que nuestra Diosa ha protegido con tanto
fervor.
La chica
que conducía asintió lentamente y después volvió a centrar su atención en
aquella inmensa Luna que se encontraba frente a ellas. No lo podía ver, nunca
lo habían visto ninguna de las dos, pero sabían que él estaba allí, siempre
vigilante, siempre esperando el momento oportuno para volver a descargar su ira
contra el planeta y las gentes que ellas y su Diosa siempre habían tratado de
proteger a toda costa.
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