El contacto de unos húmedos y cálidos labios sobre mi cuello
hizo que empezara a despertar. Una mano recorría mi torso con cuidado, palpando
cada zona con los dedos. Me removí bajo aquel contacto, incómodo y aún más
dormido que despierto. Por un momento creo que dejé de recordar hasta mi
nombre. La mano se detuvo bruscamente ante mi movimiento, pero pronto retomó
las caricias, bajando poco a poco hasta mi vientre y dibujando en este formas
amorfas con un dedo. Aquellos labios seguían apoderándose de mi cuello y yo ni
siquiera podía abrir los ojos. Me moví de nuevo, empezando a darme cuenta de lo
que estaba pasando. Pero esta vez, fuera quien fuera, ignoró completamente mis
silenciosas quejas. No tardé mucho en sentir un peso cayendo sobre mí. Todo
eran besos y caricias que se volvían más y más desesperadas conforme pasaban
los segundos.
Traté de incorporarme, pero no había forma. Mi fuerza en
esos instantes era casi nula y aquel cuerpo aprisionando el mío contra el
colchón no ayudaba. Mas bien, me asfixiaba. Me estaba agobiando. De mis labios
escapó un débil quejido y me removí nuevamente, intentando quitármelo de encima
cómo fuera, pero volvía a ser ignorado.