*Ocho años más tarde*
Aquella mañana el señor Lee había despertado más temprano de
lo habitual. Tanto que incluso le daría tiempo a ver los primeros rayos de sol
del amanecer desde la ventana de su habitación.
Normalmente los días comenzaban cuando su hijo mayor le
despertaba, pocos minutos de antes irse en bicicleta a su trabajo a tiempo
parcial. De ese modo era el señor Lee quien, más tarde, despertaba a su hijo
menor. Después ambos disfrutaban el desayuno que esperaba por ellos, preparado
por el mayor de los dos hermanos.
Sin embargo, aquella madrugada a mediados de septiembre
solía resultar significativamente diferente al resto de días del año. El señor
Lee aprovechaba que sus hijos aún dormían para encargarse de preparar un buen
desayuno, y decorar con flores la pequeña cocina de su hogar. Tal y cómo lo
había estado haciendo desde hacía casi nueve años atrás.
Normalmente también habría preparado algo especial, un
obsequio fabricado con sus propias manos como regalo. Pero ese año su sueño se
vio truncado. Debido a un reciente malestar físico le había sido imposible
incluso asistir con regularidad a su trabajo.
El hecho de no tener nada que ofrecer tenía algo nervioso al
hombre, y por eso mismo no había descansado lo suficiente la noche anterior.
Mas, ya no había nada que pudiera hacer para enmendarlo, o eso creía él. De
repente tuvo una brillante idea, hoy iría a trabajar y a la vuelta traería un
precioso regalo. Aquella bendita resolución le aligeró el pesar de su
conciencia.
Cuando acabó de decorar la estancia, se sentó en una de las
sillas de la cocina y esperó pacientemente hasta notar la familiar vibración en
el suelo de la sala, generada por dos pares de pies descalzos correteando por
el pasillo.
- ¡Papá! - dijo con sorpresa el hijo mayor cuando
llegó a la estancia.
- ¡Buah...lo ha vuelto a hacer! - añadió el menor,
igualmente emocionado.
- “Feliz cumpleaños, Hongbin” - declaró entonces el hombre
con una sonrisa.
El mayor de los chicos pronto se echó a los brazos de su
padre y le abrazó con fuerza. Seguidamente posó sus labios sobre la mejilla del
anciano y le dio un gran beso mientras los ojos del hombre se convertían en dos
finas curvas de pestañas y arrugas.
Luego Hongbin se separó ligeramente para poner la punta de
los dedos de su mano sobre su barbilla y, luego, lanzarlos hacia delante con
suavidad.
- “Gracias”. - declaró para luego volver a abrazarlo.
- Felicidades hyung. – dijo a su vez el pequeño de la
familia, aunque éste prefirió sentarse a la mesa y atacar su desayuno antes de
ir junto a su hermano.
- Gracias Wonbin. - le respondió el mayor con un sonrisa mientras
finalmente terminaba con aquel abrazo -. “Papá, vamos a desayunar”. - siguió
hablando, esta vez dirigiéndose a su padre.
- “Bien”. - contestó este siguiendo a sus hijos y sentándose
a la mesa -. “Pero no tengo ningún regalo preparado para ti este año. Lo
siento.” - agregó con tristeza.
El mayor de los chicos sonrió y meneó la cabeza de lado a
lado.
- “Está bien, no necesito regalos”. - dijo Hongbin mientras
intentaba desayunar sin dejar de observar a su padre.
- “No, es tu cumpleaños y yo quiero darte algo.” - insistió
el hombre -. "Dime, ¿qué te gustaría?”
Hongbin se tomó su tiempo para responder mientras saboreaba
una cucharada de cereales con leche. Agradecía la buena voluntad de su padre
pero ya era mayor para pedir cosas, ahora él se encargaba de sus propios gastos
y necesidades.
- “Mi regalo es teneros a vosotros dos conmigo, celebrando
mi cumpleaños”.
- “Si no quieres nada no probaré el desayuno”. - advirtió el
padre con seriedad dejando a un lado su taza de café.
- Será mejor que pidas algo de una vez, sabes que cumplirá
su promesa. – dijo con tono cansado Wonbin.
El mayor volvió a sonreír y esta vez se dio un poco más de
prisa en responder.
- “Está bien...” - accedió Hongbin también de acuerdo en
acabar aquella disputa lo antes posible -. “Me gustaría que me regalaras una
flor”.
Tanto el padre como el hijo menor se miraron un instante
sorprendidos con aquella declaración, mientras que Hongbin sonrió triunfante,
disfrutando nuevamente de su desayuno.
El motivo de su alegría no era otro que haberle pedido algo
francamente sencillo ya que el señor Lee no era otra cosa que jardinero. Lo que
conllevaba a que, su propia casa también estuviera repleta de flores, de
distintas variedades y colores. Incluso en aquella misma cocina estaban
rodeados de ellas.
Por lo que prácticamente Hongbin le había pedido que se
levantara, eligiera una entre todas ellas y se la entregara. Sencillo, cómodo
y, aún más importante para Hongbin, barato.
- "De acuerdo". - respondió el padre sin perder el
buen ánimo -. "Cuando regrese de trabajar tendrás tu regalo".
- "Creí que te quedarías hoy en casa". - dijo con
cierto tono preocupado Hongbin -. “Aún sigues enfermo”.
- "Pero me encuentro mejor, así que puedo volver de
nuevo a mi puesto". - respondió éste sin mostrar signos dar su brazo a
torcer -. "Pero ahora desayunemos, se va a enfriar la comida".
Hongbin no estaba totalmente convencido con dejar marchar a
su padre al trabajo, aunque este mostrara una pequeña mejora. Era un hombre
mayor ya que tuvo tardíamente tanto a Hongbin como a su hermano menor, y no
disfrutaba de la buena salud y vitalidad que tenía cuando era más joven.
Pero también era bueno que no faltara muchos días del mes,
ya que significaría una reducción considerable del único sueldo estable de la
familia. Supuso que su padre habría pensado lo mismo, pero aun así el hijo
mayor no pudo evitar debatirse internamente.
- "¿Estás seguro de que quieres trabajar?" -
preguntó intentando no sonar insistente -. "Puedes esperar un día más y
descansar un poco".
- "No, ya me encuentro bien". - reafirmó el hombre
-. "Además, muchas flores del señor Jung necesitarán que vuelva para
cuidar de ellas".
Hongbin agachó la cabeza, derrotado al escuchar aquella
justificación, no podía rebatir nada cuando usaba a las flores del señor Jung
como excusa. En realidad el joven sabía cuáles eran los verdaderos pensamientos
de su padre, y el significado oculto que había en aquella frase: “El señor Jung
necesita que vuelva”.
.-.-.-.-.-.
Había llegado a tiempo, un día más y aquellas preciosas
rosas jamás habrían podido recuperarse. El señor Lee se sintió satisfecho con
su trabajo mientras miraba a su alrededor, contemplando su obra. Aquel
maravilloso jardín no podía haber quedado mejor. Desde las enredaderas que
cubrían la gran casa hasta los cipreses y setos que delimitaban el terreno,
todo era absolutamente bello.
Había empleado toda la mañana en recoger la hojarasca,
igualar el césped, podar los árboles y abonar las flores. Luego el cocinero le
trajo su comida y una botella de agua, y ambos se sentaron a admirar el cielo.
- "Te he echado de menos". - le dijo con cierta
torpeza su compañero mientras movía las manos de manera exagerada.
Él se rió y le pasó una mano por el hombro como
agradecimiento. Le habría entendido perfectamente sin necesidad de que este le
hubiera hablado con las manos, ya que sabía leer sus labios, pero aquel había
sido un bonito acto de sincera amistad.
- Espero que no vuelvas a ponerte enfermo nunca más. - le
dijo mientras movía su boca a conciencia -. Este lugar se había vuelto
solitario sin ti.
El señor Lee estudió la expresión en el rostro del cocinero
y frunció el ceño, confuso.
- El señor Park ya no viene tanto cómo antes y tú
desapareciste por completo. - explicó el hombre -. Me sentía sólo.
El señor Lee alzó su mano y señaló la ventana del primer
piso que había sobre a la fuente de piedra, en la parte oeste de la mansión.
- Él también está más callado y tranquilo que de costumbre.
- dijo un poco más tarde, tras pensar cuál debía ser su respuesta -. A veces
creo que no sale de su habitación, pero entonces veo la tapa del piano
levantada y siento que vuelvo a respirar.
El señor Lee asintió, mostrándole que sabía a qué se
refería. Aquel pensamiento también se había posado en su cabeza más de una vez.
La última había sido hacía un año y prefería no volver a recordarla.
Un poco más tarde el cocinero se despidió de él y el hombre
continuó con su trabajo. Las horas pasaron veloces hasta que el cielo se
coloreó de un naranja claro y el señor Lee dio por finalizada su jornada.
Fue entonces, cuando recogía sus instrumentos de jardinería,
que posó los ojos en aquellas flores blancas y su corazón se aceleró. Por un
momento se dejó llevar y empezó a caminar hasta el rosal, pero lo hizo muy
lentamente, cómo si en verdad no quisiera acercarse.
Llevaba en la mano las tijeras de podar, y estas pronto se
volvieron más pesadas, haciendo notar su presencia. Entonces volvió a ver
aquella brillante sonrisa y esos ojos castaños que ahora poseían sus hijos en
herencia. Volvió a verla.
Quizá estaba demasiado enfermo y deliraba, pero de veras la
sentía frente a él, y hubiera querido que sus dos niños también la pudieran
presenciar aquella magnífica visión. Entonces lo recordó.
"Me gustaría que me regalaras una flor".
En su mente sabía que no debía hacerlo, pero su corazón
dictaba otra orden. Ojalá no lo hubiera hecho, ojalá no hubiera empuñado esas
tijeras, y ojalá hubiera alzado la vista para comprender que no estaba sólo en
aquel jardín.
Pero las cosas no fueron así, y antes de darse cuenta ya
tenía a la bestia sobre él.
.-.-.-.-.-.
Era bastante tarde, pero su padre aún no había vuelto y eso
le inquietaba. El señor Lee siempre solía terminar de trabajar antes de que
anocheciera, para evitar encontrarse con maleantes o algún animal salvaje en el
camino. Y sin embargo, seguía sin aparecer mientras la oscuridad de la noche
seguía cubriendo las calles del pueblo a un ritmo desenfrenado.
- Debería estar ya aquí. - le dijo realmente preocupado a su
hermano menor -. Sabe que no me gusta que vuelva cuando ha oscurecido.
- Puede que se haya entretenido con tu regalo. - le contestó
Wonbin -. Dale unos minutos más antes de ponerte histérico.
Hongbin observó a su hermano durante un instante antes de
volver a mirar por la ventana del salón. No estaba de acuerdo con el menor, su
padre aún estaba enfermo y no le convenía estar aún por las calles a esa hora.
Durante un momento se preguntó si debía salir en su busca, pero entonces cayó
en que no sabría por dónde empezar a buscar. El hombre podría estar dando
vueltas por el pueblo o no, no le había dicho si pensaba ir a algún lado tras
salir de trabajar.
- Sigues preocupado, ¿verdad? - preguntó Wonbin pasados unos
minutos, acercándose a su hermano y mirando igualmente por la ventana.
Hongbin sintió como una mano más pequeña que la suya le
acariciaba el brazo y entonces se giró hacia su hermano. Este también parecía
preocupado pero intentaba aparentar estar tranquilo, quizá para no inquietarlo
más. Los ojos del mayor viajaron hacia la mano de Wonbin que ahora se agarraba
a la suya, y luego pasearon desde su muñeca hasta la manga de la camiseta, para
finalizar dando una hojeada por todo el vestuario del menor.
Llevaba su antigua ropa, la que él mismo había usado cuando
apenas era un adolescente, pero a Wonbin le quedaba mejor. Su hermano siempre
había sido muy guapo, y el rostro que antes desprendía ternura ahora dejaba a la
mayor parte de las chicas de su edad suspirando por él.
Había
crecido bajo mucho estrés y sin madre, pero nunca le había oído quejarse ni
pedir nada y en cierto modo se preguntó si aquello era culpa suya. De lo que no
cabía duda era que este resultaba ser un chico muy maduro para su edad y de que
se había convertido en un gran apoyo emocional para Hongbin antes de que este
se hubiera dado cuenta.
- Me da miedo que se haya podido desmayar por el camino o
que le haya pasado algo aún peor. - confesó Hongbin, aún más seguro de que algo
le debía haber ocurrido.
- Entonces sal a buscarlo, yo esperaré aquí. - le dijo
finalmente el menor -. No le abriré la puerta a nadie a menos que seáis tú o
papá.
Y Hongbin no necesitó ni una palabra más para ponerse en
marcha.
Nada más salir de casa preguntó a un par de vecinos de la
zona si habían visto a su padre aquella tarde, y todos coincidieron en la misma
respuesta: “No lo he visto desde esta mañana, cuando se fue a casa del señor
Jung”. Eso sólo le hacía pensar que sus sospechas estaban a un paso más cerca
de cumplirse.
Volvió corriendo a casa y recogió su bicicleta del pequeño
jardín delantero, pero antes de llegar a montarse en ella la puerta de la entrada
se abrió y su hermano salió del interior.
- ¿Le has encontrado?
- No, no ha vuelto al pueblo desde esta mañana. - anunció
con la voz acelerada -. Quédate dentro, iré a buscarlo a casa del señor Jung.
Aunque vio un rastro de duda en el rostro del menor este
asintió y rápidamente obedeció a su hermano. Tras oír como la puerta de la
entrada se cerraba tras él, Hongbin no tardó en ponerse en marcha y pedalear
hasta el camino que conducía a los terrenos privados del señor Jung Taekwoon.
Pensó que en el peor de los casos se lo encontraría en el camino, o eso se
esforzó por creer.
Nada más tomar el desvío hacia el empinado sendero sintió
como se le encogía el corazón. Hacía muchos años que no había vuelto a pasar
por allí y, sin embargo, cientos de recuerdos acudían a su mente con una
claridad abrumadora. Se le hizo un nudo en la garganta al pensar en aquel
tiempo, en el que cada mañana acudía a la casa de campo con su madre. Y en el
que los señores Jung aún vivían.
Siempre que pensaba en ellos una triste sonrisa afloraba en
su boca. Siempre estaría en deuda con aquella dulce pareja por cómo le habían
acogido a él y a sus padres, y por eso mismo le dolía que ambos hubieran muerto
tan trágicamente.
Según se contó en el pueblo fueron arrollados por un
vehículo que perdió el control por culpa de la lluvia. Tanto el conductor del
otro coche como los mismos señores Jung perdieron la vida aquella fatídica
madrugada. Sólo el hijo de estos, Jung Taekwoon, que se encontraba en el
asiento trasero logró sobrevivir. Pero incluso este estuvo a las puertas de la
muerte durante semanas, mientras permanecía ingresado con graves heridas en el
hospital.
Aquel año Hongbin no sólo perdió a su madre, sino a dos
bellísimas personas que siempre le cuidaron cómo a un hijo más. Fue duro para
él y para su familia superar aquella gran pérdida. Durante los meses que el
joven señor Jung estuvo en la unidad de cuidados intensivos su padre perdió el
trabajo que había tenido en casa de los señores Jung, al igual que el resto del
personal. Y con ello Hongbin y su familia vivieron la peor época económica de
su vida.
Pero fue un gran alivio ver cómo el joven, y nuevo señor
Jung, volvió a contratar a su padre nada más instalarse en la casa de sus
padres para su recuperación. Aunque no todos los miembros el servicio tuvieron
la misma suerte. Solo dos empleados más fueron llamados además de su padre y
aquello no cayó bien en todo el pueblo.
Más tarde, cuando los lugareños se percataron de que Jung
Taekwoon no abandonaba la casa y que nadie del personal parecía querer hablar
del muchacho, la gente empezó a crear rumores y malas historias sobre él. Pero
cuando el aniversario de la muerte de sus padres llegó, y el pueblo entero se
reunió para honrarlos, el joven señor Jung no se presentó y en consecuencia
desencadenó una ola de odio y repudia hacia él.
Desde entonces y hasta ese mismo día los vecinos empezaron a
despreciarlo. Se dijo que era un hombre frío y huraño, que no quería a sus
padres y que, ahora que había heredado su fortuna y la empresa familiar, se
había convertido en un hombre cruel.
Sin embargo Hongbin no creía en aquellas mal infundadas
acusaciones. Conoció a los señores Jung y supo por ellos que Taekwoon era un
chico amable, dulce y que siempre se preocupaba por los demás. También que era
muy trabajador y que prácticamente se desvivía para gestionar la empresa de su
padre, con el sueño de alguna vez dirigirla. Un chico prometedor y entregado
que, por desgracia no disponía de mucho tiempo para él mismo ni para visitar a
sus padres con regularidad.
Recordaba haber visto su coche llegar una tarde, y cómo su
madre le indicaba que ese era el hijo de los Jung desde los ventanales de la
cocina. Y, aunque no llegó a verle la cara, supo por cómo abrazó a sus padres
al llegar al porche que los quería tanto como ellos a él.
Un hombre cómo ese no podía ser de ningún modo malo o cruel.
Hongbin creía que su extraño comportamiento y su confinamiento se debían a la
vivencia de aquel accidente y todas las heridas tanto físicas como mentales que
este le produjeron.
En una ocasión le preguntó a su padre sobre él, y este le
confirmó sus sospechas.
- "El señor Jung es muy diferente de lo que fue una
vez. Sin embargo sigue cuidando aquello que sus padres dejaron para él con un
cariño y respeto admirables. La empresa, la casa y sus empleados son lo que más
protege".
Sin embargo el hombre mayor admitió que desde que volvió a
trabajar como jardinero no había visto al Taekwoon ni una sola vez. En
ocasiones veía su sombra desde la ventana de su cuarto, u oía su voz desde el
interior de la casa. Pero nunca se presentó ante él y, por lo poco que había
hablado con el cocinero, solo el mayordomo principal era el único que había
visto al hombre después de su regreso a la mansión.
- "Creo que no se siente cómodo saliendo al exterior, y
que se encarga de dirigir la empresa desde casa. Su primo es ahora quien se
ocupa de representarle frente al resto de inversores y accionistas. De vez en
cuando aparece por la casa y me saluda cuando estoy allí".
Hongbin había sentido lástima por aquel pobre hombre, pero
supuso que con el tiempo el sufrimiento y dolor en él mermarían. Qué un día
aquella casa volvería a brillar y que el señor Jung sería querido y respetado
cómo sus padres. Pero los años pasaron y no parecía que aquella dulce ilusión
fuera a cumplirse nunca.
Ocho años encerrado en aquella casa... Solo de pensarlo un
escalofrío recorrió su espalda.
No tardó mucho más en llegar frente a la entrada principal,
que no era mucho más que un muro de piedra con una puerta de hierro. Durante un
momento se planteó llamar al telefonillo, pero entonces vio lo tarde que era y
se preguntó si molestaría al señor Jung.
Normalmente no había empleados en la mansión durante la
noche y le preocupaba que este tuviera que salir a abrirle personalmente ya que
no se trataba de una puerta automática. Pero tras apearse de la bicicleta y
acercarse más a la puerta pudo ver que esta no estaba cerrada. Tan sólo llevaba
puesto el pasador y este ni siquiera llevaba candado.
Aun así no se sentía cómodo entrando a oscuras dentro de la
propiedad, pero en ese preciso instante algo llamó su atención a través de los
barrotes de la puerta: la silueta de un hombre sentado sobre las escaleras del
porche. No dudó más, de un sólo golpe quitó el pasador y empujó la puerta para
correr frente al individuo que había reconocido en la oscuridad.
Al llegar a su lado vio que este tenía la cabeza escondida
entre las rodillas y temblaba sin parar. Hongbin no tardó en cogerle de los
hombros y agitarlo suavemente para que supiera que estaba allí con él. Sin
embargo, cuando el señor Lee alzó la vista al fin y encontró a su hijo mayor su
llanto empeoró.
- "¿Qué ocurre papá?" - dijo asustado el joven -
"¿Por qué lloras?"
- "He cometido un grave error y...". - respondió
tras un rato el padre, que aún lloraba desconsoladamente -. "Y el señor
Jung me ha despedido. Lo siento mucho hijo".
Durante un momento Hongbin creyó haber entendido mal a su
padre, pero cuando volvió a ver el rostro angustiado de este supo que le había
comprendido perfectamente..
- "Pero, ¿por qué?" - quiso saber - "¿Qué le
has hecho?"
El hombre entonces sacó una rosa blanca de su regazo, y se
la entregó con cuidado. Hongbin la observó con detalle y entonces sus ojos
brillaron con tristeza al comprender la procedencia de esta.
- "Me pediste un flor y yo quise entregarte esta".
- explicó el señor Lee -. "Pero olvidé que no me pertenecían".
- "¿Por una rosa?" - preguntó incrédulo.
- "El señor Jung se enfadó y yo no supe reaccionar a
tiempo. No pude hacerle ver lo mucho que lo sentía, no pude llegar a
comunicarme con él...". - dijo el hombre con pesar mientras se cubría la
cara -. "Nunca me había sentido tan inútil".
- "Oh, papá". – dijo su hijo alzándole el rostro
con las manos - "¿Y por qué sigues aquí?"
- "No me creía capaz de volver a casa sin trabajo,
quería quedarme aquí y suplicarle que me perdonara". – respondió el hombre.
Hongbin echó un vistazo a la mansión y entonces miró
nuevamente a su padre.
- “Papá, ¿el señor Jung está dentro?” - Hongbin
esperó a que su padre asintiera con la cabeza y luego continuó hablando –.
“Entonces déjame que hable yo con él, le diré que lo lamentas y le pediré que
te readmita”.
- “No, Hongbin”. – le pidió su padre, agarrándole del brazo
-. “El señor Jung es muy diferente a cómo nos lo imaginábamos. Se ha vuelto un
hombre aterrador.”
- “¿Entonces quieres qué nos volvamos a casa así?” – le
preguntó el joven mientras se agachaba y miraba a los ojos a su
padre -. “No le tengo ningún miedo, y sé que puedo arreglar todo esto.” –
añadió mostrándole la rosa que aún sostenía en sus manos -. “Confía en mí.”
Al principio el señor Lee dudó en dejarlo ir, pero terminó
cediendo bajo la intensa mirada del menor. De modo que Hongbin se acercó
lentamente hasta la puerta de madera de la entrada y llamó al timbre. Su padre
seguía tras él, y se aseguró de que así fuera para que no pudiera llegar a
leerle los labios.
- ¿¡Qué!? – contestó una voz tras unos segundos, al otro
lado del intercomunicador.
- Señor Jung, soy Lee Hongbin y vengo de parte de mi padre.
Querría hablar con usted y disculparme personalmente por el malentendido que ha
ocurrido antes.
- No ha habido ningún malentendido, le he visto apropiándose
de algo que no le pertenecía y le he despedido. Todo está muy claro.
- Por favor señor, mi padre no tenía malas intenciones. –
añadió intentando explicarse -. Yo le pedí una flor porque era mi cumpleaños y
el sólo quería complacerme, nunca imaginó que le tenía tal aprecio a sus flores.
- Pues debió haberlo pensado antes, a mí nadie me engaña.
Verdaderamente había notado algo extraño en la voz de Jung
Taekwoon, un tono demasiado frío e indiferente al pronunciar aquella frase.
- Se lo suplico, dele otra oportunidad. –
insistió el menor -. No volverá a cometer el mismo error.
- No, y márchense de mi casa.
- Por favor… Haré lo que lo que me pida, me arrodillaré ante
usted si quiere. – declaró desesperado y al borde de las lágrimas -. Mi familia
necesita este trabajo, se lo ruego señor Jung.
Transcurrieron unos segundos en silencio hasta que al fin la
voz volvió a sonar a través del aparato.
- Acércate a la cámara.
Hongbin se sorprendió ante la petición, pero rápidamente
buscó una cámara en el intercomunicador hasta que encontró el pequeño objetivo.
Se acercó e intentó adoptar una expresión más tranquila, aunque no terminó de
ocultar su inquietud.
- Entra, quiero hablar contigo a solas. - dictaminó tras lo
que a Hongbin le pareció una eternidad.
Poco después se oyó el ruido metálico de cuando la cerradura
de la puerta se accionó, y el portón se balanceó un poco por la corriente.
Hongbin no tardó en volverse hacia su padre y explicarle que iba a hablar con
el señor Jung.
- "Quédate aquí, no tardaré mucho". - dijo
mientras le regalaba una sonrisa para infundirle esperanza.
Y antes de que su padre pudiera decir o preguntar nada,
Hongbin entró en la casa cerrando la puerta tras él. Pero lo que realmente
lamentó el hombre mayor fue no poder advertirle de lo que pronto iba a ver.
Si antes el camino a oscuras hasta la casa del señor Jung le
había parecido sobrecogedor, el interior de la mansión terminó de ponerle los
pelos de punta. Apenas se podía ver lo que había a más de tres metros de
distancia salvo la parte superior de la escalera doble de madera, gracias a
unos grandes ventanales que había tras esta al otro lado del recibidor.
Hongbin habría huido de allí en el mismo instante que pisó
ese suelo si el bienestar de su familia no dependiera de ello. Pero igualmente
no pudo evitar encogerse al oír de pronto una voz dirigirse a él.
- De modo que estarías dispuesto a hacer lo que fuera por
mantener el sueldo de tu padre. - Hongbin alzó la vista y observó una figura
alta descender lentamente junto a la barandilla de la escalera, que atribuyó al
señor Jung.
Notaba cierto tono peyorativo en aquella afirmación, pero no
podía estar seguro ya que no podía ver el rostro de su interlocutor. Aun así no
estaba en situación de sentirse ofendido, y tuvo que confirmar aquella
declaración.
- Mi familia sobrevive gracias a sus ingresos, - dijo
siguiendo el movimiento de la silueta fantasmagórica - y a su amabilidad,
señor. - se apresuró a añadir.
Notaba como el hombre cojeaba ligeramente y que mantenía una
postura encorvada, algo poco frecuente en la gente de su clase social. Pero
igualmente caminaba sin dificultad y juraría que bajaba los escalones de dos en
dos, como si quisiera llegar lo antes posible frente a él. De pronto volvió a
sentir un escalofrío.
- Eso no responde a mi pregunta. - dijo Taekwoon mientras
llegaba al pié de las escaleras - ¿Harías cualquier cosa, por horrible e
insoportable que fuera?
De pronto a Hongbin le empezaron a temblar las piernas. No
podía estar preguntándole aquello en serio. Pero parecía que el hombre de veras
esperaba su respuesta, cómo quien espera oír las últimas palabras de un
condenado a muerte. El menor tragó saliva, consciente de que aquello podría
llevarle en una dirección que le aterraba siquiera imaginar.
- Señor, yo...
- ¡Contesta de una vez o márchate! - le rugió cómo si fuera
más animal que hombre.
Quizá algún día se arrepintiera o deseara haber cambiado sus
palabras, pero en aquel momento eran las únicas que podrían salvar a su
familia.
- Sí, señor. - respondió con firmeza, a pesar de tener un
ligero temblor en la voz -. Haría lo que fuera.
- Bien. – dijo empezando a caminar hasta Hongbin - ¿Entonces
trabajarías para mí?
Por un momento le pareció que aquel hombre había sonreído
pero cuando llegó junto a él descubrió el origen de su confusión. El señor Jung
llevaba una máscara puesta sobre la cara, con una extraña sonrisa pintada en
ella. De pronto se preguntó si Taekwoon no tendría un desequilibrio mental,
pero antes de llegar a una conclusión este se inclinó sobre Hongbin.
- Recuerda, - susurró acercando su boca, o el hueco que
había para esta en la máscara, al oído del menor – lo has prometido.
No supo cuánto estuvieron así, pero cuando al fin Hongbin recobró
la capacidad de hablar no tardó en mover sus labios para firmar aquel
espeluznante contrato.
- Sí, señor. – volvió a afirmar mientras cerraba sus manos
formando dos puños y se auto-infundía valor -. Trabajaré para usted.
ResponderEliminarEso está bien! He leído su trabajo desde Rusia! Gracias! Se está a la espera para la continuación !!!
¡Muchas gracias! No sé como has llegado hasta este lugar desde tan lejos, pero me alegro ^^.
EliminarSaludos a Rusia <3