Notas: ¡Espero que lo disfrutéis~!
El despertador sonó a las 4:30 aquella mañana. Jungsoo lo había preparado todo con antelación, por lo que llegaría un día antes a la Ciudad Central. Su bolsa de mano descansaba en la entrada, la había revisado tres veces y sabía que no se olvidaba de nada. El maletín estaba en su mesa de trabajo y la ropa que iba a llevar aquel día estaba planchada y lista junto a su cama.
Se duchó, vistió, desayunó, recogió los trastos, hizo la cama... Y todavía le sobraron varios minutos antes de que llamaran al timbre. Cogió su equipaje, la chaqueta y las llaves, saliendo a paso rápido del apartamento. Cuando llegó junto al taxi el conductor se hizo cargo de sus pertenencias, guardándolas con cuidado en el maletero. El autobús salía dentro de media hora y tenían una gran distancia que salvar. Aprovechando que no había tráfico a aquella hora, le ofreció una propina al chófer por aumentar la velocidad.
— Llegaremos con tiempo de sobra, no se preocupe — dijo intentando calmarlo.
No obstante, Jungsoo vio como la aguja de las revoluciones se desplazaba hacia la derecha y sonrió para sus adentros. Llegaron con un escaso margen de cinco minutos, pero al ser el primer autobús que saldría aquella mañana, y él único que se encontraba preparado en su andén, no le fue difícil encontrarlo. Justo cuando se disponía a arrancar, el pálido observó desde su asiento la gran muralla. Jamás había estado tan cerca y era increíble que el mismo día que lograba esa hazaña planeará otra mayor: cruzarla.
Estuvieron detenidos en el control cerca de una hora. Los oficiales aseguraban que por aquella época mucha gente sin papeles intentaba entrar de manera ilegal en las ciudades y toda precaución era poca. Tanto a Jungsoo como al resto de los viajeros no le molestó aquello, preferían estar así varias horas más a que un salvaje se colara dentro la muralla.
A media mañana hicieron el primer descanso en la estación de la Zona A. No llevaban ni una tercera parte del camino y para muchos aquel retraso era común, pero Jungsoo se sentía inquieto fuera de los gruesos muros de piedra y acero. Siguieron otro par de horas y pasado el mediodía hicieron la última parada para comer antes de continuar directos a su destino.
El pálido apenas probó bocado, tenía el estómago cerrado y dudaba de la fiabilidad de los alimentos que servían en aquella zona. Subió al autobús tan pronto como el conductor les dejó entrar y contó los kilómetros que le separaban del siguiente control. No tuvo que esperar mucho, vio los oscuros muros antes de lo que esperaba.
Notó como su respiración volvió a la normalidad cuando se detuvieron a pasar el control, por fin se sentía seguro. Este duró el doble que el anterior, ya que ahora debían asegurarse de que no entraba nada peligroso del exterior. Aquella muralla estaba más reforzada que la de la Ciudad Sur, eso incentivó sus ganas por trabajar allí.
Al bajar del autobús un coche le estaba esperando, se trataba de un trabajador del hotel que venía a recogerle. Jungsoo agradeció aquel gesto y se dispuso a entrar nada más comprobar su reloj de muñeca; llegaría a la hora de la cena y eso le pareció más que suficiente.
— Se acerca una borrasca, si no dispone de paraguas puede adquirir uno en el hotel — le sugirió el chófer.
— Es muy amable — contestó el pálido.
Él estaba preparado para la lluvia, nieve y viento, pero le parecía descortés rechazar la oferta. Observó el cielo y comprobó que aquella noche comenzaría la tormenta, no le dió demasiada importancia, puesto que todos los eventos a los que acudiría estaban debidamente resguardados. Nada ni nadie le impediría alcanzar su meta en aquel viaje.
Jungsoo entró en el autobús tras comprobar que introducían su equipaje en el maletero. Los últimos días había estado enfermo debido a un resfriado, su sistema inmunológico estaba demasiado ocupado lidiando con las vacunas que había tomado la semana pasada. Los anticuerpos no lograron frenar un simple virus y tuvo que guardar cama durante la despedida del evento.
Por suerte, no necesitó asistir aquel día. Había tenido tiempo de sobra para relacionarse con los jefes más destacados de cada hospital a lo largo de aquél encuentro. Se sorprendió cuando varios de ellos le invitaron a comer y a asistir a reuniones privadas. En una de ellas conoció al líder de cirujanos del Hospital Central y estuvo tan impresionado, que reconoció que le gustaría contar con él su equipo.
Sabía que cuando volviera, Hodong le mostraría más de una oferta. Sonrió desde su asiento al pensar que quizá una de ellas fuera de su ansiado puesto en aquella ciudad. Tal vez haber perdido aquél décimo quirófano era lo mejor que le podía haber pasado. Su destino se iba a decidir en las próximas horas, pero ni siquiera él llegó a sospechar lo cierta que era aquella afirmación.
Abandonaron el control cerca del mediodía. Por suerte, aquella mañana había amanecido sin una nube a la vista, la carretera estaba seca y el trayecto no se vería retrasado, o eso creía el pálido. Pero, no tardarían en llegar al primer desvío. Al parecer, varios tramos del recorrido necesitaban ser reparados y aquella breve concesión de buen tiempo era la idónea para realizarlos.
Circularon por una carretera secundaria, mientras el conductor intentaba averiguar cuando podrían retomar el camino habitual. Todos los pasajeros, incluyendo a Jungsoo, estaban nerviosos por aquel cambio tan repentino. Habrían preferido mil veces retrasar su viaje en vez de aventurarse por lugares desconocidos. Aún se encontraban dentro de los límites de la Zona A, pero temían la proximidad de la frontera y por sus vidas.
Pudieron volver a respirar tranquilos cuando la carretera desembocó de nuevo en los caminos transitados. Aprovecharon aquel trayecto y descansaron en una parada cercana. Muchos de ellos dudaban si debían entrar o no de nuevo en el vehículo, por si volvían a desviarse, pero a ninguno le apetecía quedarse fuera de las murallas de noche.
Siguieron su recorrido y, tal y como habían temido, volvieron a tomar otro desvío. Al principio los pasajeros se mantuvieron tranquilos, pero cuando el asfalto fue sustituido por tierra y pequeñas piedras, dentro del vehículo reinó el caos. Indignados y enfadados, reclamaban que debía dar media vuelta. Culpaban al conductor de aquellos sucesos mientras que él intentaba seguir avanzando, tranquilizarlos y hallar de nuevo un camino seguro.
A Jungsoo aquello de daba mala espina. Le pareció extraño que una carretera no estuviera debidamente asfaltada y que poco a poco la vegetación a su alrededor fuera desapareciendo. Al cabo de una hora el camino se volvió más angosto y sospechó que estaban yendo directos a la boca del lobo.
Llegó hasta el conductor que intentaba por todos los medios seguir el camino que veía en el mapa de carretera mientras era insultado por un pasajero que era especialmente molesto.
— ¿Puedo mirar el mapa? — preguntó, acercándose al papel que el conductor había desplegado sobre sus rodillas.
— Que sea rápido, lo necesitaré en la próxima intersección — respondió resoplando.
Al pálido no le hicieron falta más de cinco minutos para encontrar el problema. Distraído por las protestas de aquella gente, el pobre hombre había escogido un registro de las vías antiguo. Buscó en el compartimento del salpicadero y encontró uno que presentaba muchos menos caminos y se ajustaba a lo que Jungsoo veía frente a él. Tras localizar la posición de el autobús en este, creyó que iba a desmayarse.
Habían entrado en la Zona B.
Por suerte, no necesitó asistir aquel día. Había tenido tiempo de sobra para relacionarse con los jefes más destacados de cada hospital a lo largo de aquél encuentro. Se sorprendió cuando varios de ellos le invitaron a comer y a asistir a reuniones privadas. En una de ellas conoció al líder de cirujanos del Hospital Central y estuvo tan impresionado, que reconoció que le gustaría contar con él su equipo.
Sabía que cuando volviera, Hodong le mostraría más de una oferta. Sonrió desde su asiento al pensar que quizá una de ellas fuera de su ansiado puesto en aquella ciudad. Tal vez haber perdido aquél décimo quirófano era lo mejor que le podía haber pasado. Su destino se iba a decidir en las próximas horas, pero ni siquiera él llegó a sospechar lo cierta que era aquella afirmación.
Abandonaron el control cerca del mediodía. Por suerte, aquella mañana había amanecido sin una nube a la vista, la carretera estaba seca y el trayecto no se vería retrasado, o eso creía el pálido. Pero, no tardarían en llegar al primer desvío. Al parecer, varios tramos del recorrido necesitaban ser reparados y aquella breve concesión de buen tiempo era la idónea para realizarlos.
Circularon por una carretera secundaria, mientras el conductor intentaba averiguar cuando podrían retomar el camino habitual. Todos los pasajeros, incluyendo a Jungsoo, estaban nerviosos por aquel cambio tan repentino. Habrían preferido mil veces retrasar su viaje en vez de aventurarse por lugares desconocidos. Aún se encontraban dentro de los límites de la Zona A, pero temían la proximidad de la frontera y por sus vidas.
Pudieron volver a respirar tranquilos cuando la carretera desembocó de nuevo en los caminos transitados. Aprovecharon aquel trayecto y descansaron en una parada cercana. Muchos de ellos dudaban si debían entrar o no de nuevo en el vehículo, por si volvían a desviarse, pero a ninguno le apetecía quedarse fuera de las murallas de noche.
Siguieron su recorrido y, tal y como habían temido, volvieron a tomar otro desvío. Al principio los pasajeros se mantuvieron tranquilos, pero cuando el asfalto fue sustituido por tierra y pequeñas piedras, dentro del vehículo reinó el caos. Indignados y enfadados, reclamaban que debía dar media vuelta. Culpaban al conductor de aquellos sucesos mientras que él intentaba seguir avanzando, tranquilizarlos y hallar de nuevo un camino seguro.
A Jungsoo aquello de daba mala espina. Le pareció extraño que una carretera no estuviera debidamente asfaltada y que poco a poco la vegetación a su alrededor fuera desapareciendo. Al cabo de una hora el camino se volvió más angosto y sospechó que estaban yendo directos a la boca del lobo.
Llegó hasta el conductor que intentaba por todos los medios seguir el camino que veía en el mapa de carretera mientras era insultado por un pasajero que era especialmente molesto.
— ¿Puedo mirar el mapa? — preguntó, acercándose al papel que el conductor había desplegado sobre sus rodillas.
— Que sea rápido, lo necesitaré en la próxima intersección — respondió resoplando.
Al pálido no le hicieron falta más de cinco minutos para encontrar el problema. Distraído por las protestas de aquella gente, el pobre hombre había escogido un registro de las vías antiguo. Buscó en el compartimento del salpicadero y encontró uno que presentaba muchos menos caminos y se ajustaba a lo que Jungsoo veía frente a él. Tras localizar la posición de el autobús en este, creyó que iba a desmayarse.
Habían entrado en la Zona B.
Perdidos en mitad de un desierto. La carretera principal se encontraba a un par de horas y la Ciudad Sur a otro par más. Era más de media tarde y no tardaría en anochecer; además, allí no habían farolas ni señales reflectantes que marcaran los límites de la vía. Tendrían que disminuir la velocidad y tardarían el doble en regresar. Sabiendo eso, el conductor pisó a fondo el acelerador y, por primera vez en aquel viaje, todos permanecieron en silencio.
El autobús se tambaleaba mientras los pasajeros se sujetaban donde podían para evitar caer. No tardaron en oírse las primeras protestas tras varios minutos, pero enmudecieron por una violenta sacudida. El conductor llamó por radio a la central y les advirtió de su posición y del retraso. Ellos contactarían con el control de la muralla e intentarían llegar a un acuerdo.
El terreno seguía sin presentar ningún cambio tras la primera media hora y Jungsoo miraba preocupado su reloj. El Sol se acercaba peligrosamente al horizonte, como mucho les quedaba una hora de luz. Sus pensamientos se vieron interrumpidos tras un frenazo brusco. Los de atrás preguntaron el motivo de aquella súbita detención, sobre todo, teniendo en cuenta la situación tan precaria en que se encontraban.
El conductor comenzó a maldecir y el pálido perdió toda esperanza de llegar a casa aquella noche. En mitad de la vía habían troncos de tamaño medio cruzados unos sobre otros. El camino estaba elevado un par de metros con respecto al terreno a ambos sentidos, para evitar que en épocas de lluvia quedase sumergido y eso imposibilitaba continuar por otro lado. Pero lo que hizo que el corazón de Jungsoo latiera descontrolado no fue eso. En aquella zona no había apenas arbustos, mucho menos árboles. Alguien quería que se detuvieran allí.
— ¡No apague el motor! — gritó levantándose —. ¡Qué nadie se baje de este autobús!
Sus palabras cayeron como agua helada sobre los presentes. Comprendieron el significado de aquel obstáculo y se levantaron aterrorizados. Jungsoo indicó al conductor que pidiera ayuda urgentemente. Tendrían que esperar a una patrulla y eso les dejaba a merced de unos asaltantes que podían ser muy peligrosos.
Estaba anocheciendo cuando vieron a lo lejos la nube de tierra que levantaban los todoterrenos. Habían tardado cerca de cuarenta minutos en llegar hasta ellos, durante el cual habían logrado mantenerse a salvo. Los uniformados se harían cargo de la situación y podrían volver de una pieza al interior de muralla.El autobús se tambaleaba mientras los pasajeros se sujetaban donde podían para evitar caer. No tardaron en oírse las primeras protestas tras varios minutos, pero enmudecieron por una violenta sacudida. El conductor llamó por radio a la central y les advirtió de su posición y del retraso. Ellos contactarían con el control de la muralla e intentarían llegar a un acuerdo.
El terreno seguía sin presentar ningún cambio tras la primera media hora y Jungsoo miraba preocupado su reloj. El Sol se acercaba peligrosamente al horizonte, como mucho les quedaba una hora de luz. Sus pensamientos se vieron interrumpidos tras un frenazo brusco. Los de atrás preguntaron el motivo de aquella súbita detención, sobre todo, teniendo en cuenta la situación tan precaria en que se encontraban.
El conductor comenzó a maldecir y el pálido perdió toda esperanza de llegar a casa aquella noche. En mitad de la vía habían troncos de tamaño medio cruzados unos sobre otros. El camino estaba elevado un par de metros con respecto al terreno a ambos sentidos, para evitar que en épocas de lluvia quedase sumergido y eso imposibilitaba continuar por otro lado. Pero lo que hizo que el corazón de Jungsoo latiera descontrolado no fue eso. En aquella zona no había apenas arbustos, mucho menos árboles. Alguien quería que se detuvieran allí.
— ¡No apague el motor! — gritó levantándose —. ¡Qué nadie se baje de este autobús!
Sus palabras cayeron como agua helada sobre los presentes. Comprendieron el significado de aquel obstáculo y se levantaron aterrorizados. Jungsoo indicó al conductor que pidiera ayuda urgentemente. Tendrían que esperar a una patrulla y eso les dejaba a merced de unos asaltantes que podían ser muy peligrosos.
No abrieron las puertas hasta que los coches estuvieron frente a ellos; entonces, todos bajaron del autobús y comenzaron a mover los pesados troncos para liberar el camino. El Sol se ocultaba por el horizonte cuando escucharon el grito de uno de los pasajeros. Una señora señalaba encolerizada la parte de atrás del autobús mientras hablaba a gran velocidad.
Uno de los agentes fue a comprobar el motivo de aquella reacción tan exagerada, fue entonces cuando la mujer volvió a hablar de forma racional. No tuvieron que comprobar la veracidad en sus palabras, la cara del uniformado mientras observaba el maletero era la prueba definitiva de que no mentía.
— ¡Se lo han llevado todo! — chillaba a pleno pulmón —. ¡Las maletas, los bolsos...! ¡Todo!
— Localizaremos sus pertenencias señor, esos ladrones no tienen donde esconderse — le decía un oficial con traje azul marino.
— Hay cosas muy delicadas en esas maletas — respondía indignado —. Como les ocurra algo...
Jungsoo descansaba con el maletín de cuero sobre sus piernas mientras movía los fideos de un lado a otro. Era lo único que le quedaba de su equipaje, pero no le dolía haber perdido nada de aquello. Cada segundo que retrasaban su vuelta a la carretera principal se sentía más angustiado. Estaban a apenas unas horas de la muralla, podrían continuar con la búsqueda de las maletas más tarde, cuando ellos estuvieran dentro de los gruesos muros.
— Mi marido es abogado, si se entera de esto se pondrá furioso — afirmaba otra señora que hacía unas horas se alegraba de ver a los agentes.
De repente un uniformado gris entró por la puerta y se llevó al oficial a un lado para hablar a solas. En su cara se notaba que debía de ser algo importante. Todos los pasajeros enmudecieron e intentaron escuchar a que venía aquel comportamiento, pero no tuvieron que esperar mucho hasta que el mismo agente se los contara en voz alta.
— Han encontrado a un grupo con mercancías que encajan con la descripción, nos dirigiremos al cuartel de la zona B para recuperar su equipaje — explicó contento de aquel giro en su favor —. Les rogamos que colaboren con nosotros para identificar sus pertenencias.
El pálido no quería ir, estaban muy cerca de la muralla y volver por su equipaje era correr un riesgo innecesario. Se opuso firmemente, pero la democracia acabó ganando; todos querían recuperar las maletas y no podía ir contra al resto de pasajeros. De modo que siguió a los agentes hasta los todoterrenos arrastrando los pies. Sabía que no debían salir de la Zona A.
Tardaron una hora en llegar al cuartel. Era de noche y hacía mucho frío, las corrientes de aire se colaban por las ventanas y disminuían su temperatura corporal a un ritmo alarmante. Tampoco ayudaba el hecho de que toda su ropa se encontrara dentro del edificio de una planta que tenía frente a él.
— Les iremos nombrando, por favor respondan al oír su nombre — les dijo el oficial.
Era la primera vez que Jungsoo veía a tantos uniformados grises, ya que eran los encargados de la Zona B. Los oficiales se encontraban en minoría y parecían insignificantes a su lado. Empezaron a llamarles por sus nombres y fueron entrando en grupos de tres, acompañados de un agente de cada zona. Lentamente, los maleteros de los todoterrenos fueron llenándose con el equipaje recuperado y el pálido veía más cercana la hora de entrar en aquel tugurio lleno de salvajes.
— Park Jungsoo, Min Hongye, Chwa Leenam — se oyó, cerrando la lista de una vez por todas.
Salió del vehículo y desfiló hasta la entrada guiado por los agentes. Los demás ya estaban preparados para marcharse, por lo que tuvieron que apretar el paso. Se trataba de un edificio de base rectangular, de una sola planta y de una envergadura de poco más de cien metros de largo. En su fachada delantera, la pared estaba recubierta por una capa de yeso, a excepción de dos entradas con puertas de madera envejecida y cuatro ventanas con rejas negras. Lo único más notable eran los faroles que alumbraban tenuemente el exterior colgando por encima de ambas puertas.
Cruzaron el vestíbulo, doblaron hacia la izquierda y entraron por un estrecho pasillo que tenía infinidad de puertas metálicas. Una de las del fondo estaba abierta y por ella se escapaba un haz de luz hacia el corredor. No tuvieron que indicarles que era allí donde debían dirigirse.
Entraron sin preámbulos y escanearon con la mirada la pila de pertenencias robadas, intentando localizar las suyas. No les costó demasiado, puesto que el montón del equipaje ahora era minúsculo. No obstante, dos bolsas de piel y una maleta siguieron sin dueño tras un examen de reconocimiento.
— Estas serán del viaje de las seis de la tarde — afirmó el vigilante que anotaba quién se llevaba qué —. Los muy malnacidos han destrozado decenas de carreteras y pretendían conseguir un botín con los objetos valiosos que hallaran en su interior — añadió con rabia —. Lo tenían todo muy bien planeado.
En una de las pausas que hubo en silencio a Jungsoo le pareció oír una voz, pero estaba tan cansado y alterado por todo lo que había vivido aquél día que lo creyó producto de su imaginación. Se despidieron del vigilante y marcharon hacia la salida satisfechos tras haberlo recuperado todo. El pálido ya veía cerca sus queridos muros oscuros y, mientras recorrían el pasillo, se adelantó al resto para llegar cuanto antes a los vehículos. Pero un suceso imprevisto echó por tierra sus planes.
Todo ocurrió en apenas unos segundos. Una de las puertas situadas en mitad del corredor, por la que aún no había pasado, se abrió de golpe y de ella salió una criatura que a primera vista no parecía ser dueña de sí misma. Respiraba entrecortadamente y emitía agónicos quejidos.
Se trataba de un individuo que complexión delgada, más incluso que la del propio Jungsoo, y estaba ligeramente encorvado por lo que su altura era difícil de adivinar. Su pelo era una mata descontrolada y enmarañada de cabello negro que le llegaba por debajo de las orejas y ocultaba casi por completo su rostro junto a una barba descuidada. Tenía la mirada perdida y el brillo en esta había desaparecido. Su ropa en otro tiempo pudo consistir en un pantalón vaquero y una camisa a cuadros, más ahora no eran más que jirones de tela vieja y desgastada.
Prácticamente un segundo después de que este saliera por la puerta apareció un uniformado que no tardó en apresarlo. Tal vez otra persona no habría reparado en los pequeños detalles que aquel hombre presentaba, pero el pálido sí lo hizo. Aquellas salpicaduras en el uniforme las había observado cientos de veces en su propia ropa. No tuvo que esperar para que el olor llegara a su nariz, asegurándose así de que su intuición no le mentía.
Salvó la distancia que le separaba del umbral y al girar su cabeza hacia el interior de la sala comprendió el terror del que el otro quería escapar. Olvidó que se hallaba no solo fuera de la muralla, sino además, muy lejos de la zona civilizada fuera de esta. No pensó en que había agentes armados junto a él y mucho menos en las consecuencias que podrían acarrear intervenir en un asunto como aquel.
Se abalanzó sobre el uniformado que intentaba arrastrar a aquel pobre hombre de nuevo a la habitación. Le propinó un codazo en el torso y arañó sus brazos hasta que el agente, cogido por sorpresa, soltó al otro. Se colocó entre ambos y empujó al desgraciado en dirección a la salida mientras seguía atacando al guardia de la zona B.
— ¡Corre! — gritó, utilizando los últimos resquicios de adrenalina en su sistema para bloquear al resto de oficiales y uniformados que se aproximaban hacia ellos.
El otro no esperó a que se lo dijeran dos veces. Salió del pasillo a una velocidad impropia de un ser en aquel estado, la cual el pálido atribuyó al ardiente deseo de evitar el destino que le esperaba allí dentro. Justo cuando los agentes intentaron inmovilizarle, Jungsoo oyó un tiroteo en el exterior. Su cuerpo se tensó y dejó de resistirse notando como se le helaba la sangre.
Escuchó atentamente como el sonido de los disparos hacían acto de presencia y se sorprendió al perder la cuenta tras la primera docena. Poco a poco se fueron oyendo más lejos y por un segundo se permitió respirar. Cabía la posibilidad de que el hombre hubiera sido abatido o tal vez hubiera escapado, la única cosa de la que estaba seguro era de que a él le estaban conduciendo al otro lado del vestíbulo. Atravesaron un pasillo donde la luz era más escasa, en el cuál el frío se intensificaba a cada paso, y entraron en una habitación a oscuras. Segundos más tarde escuchó un ruido metálico frente a él.
— Entra ahí — le ordenó uno de los uniformados, empujándolo hacia delante.
Acto seguido identificó ese mismo sonido tras él, sólo cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra fue capaz ver el sitio en el que se encontraba, una celda. Sin duda, verse entre rejas le creó una fuerte impresión. Exigió que le sacaran de allí, replicó y acusó a los agentes de un trato injusto hacia su persona. Estuvo así varios minutos hasta que, cansado física y mentalmente, se dejó caer en el frío suelo de cemento.
Jungsoo no creía haber caído más bajo en toda su vida. Jamás había desobedecido órdenes, seguía las normas impuestas con orgullo y satisfacción. Verse ahora en aquella situación era denigrante, pero lo peor fue que no se arrepentía de sus actos. Había obrado siguiendo un criterio formado por la sociedad de la muralla, pero ahora estaba al otro lado. Un lugar sin moral ni escrúpulos, dónde alguien como él era una presa fácil.
Suspiró sin fuerzas siquiera para protestar. Fue entonces cuando percibió un movimiento a su derecha, en la celda de al lado. De repente, todo su cuerpo se tensó. No estaba solo.
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